Déjame Odiarte [19]

1.7K 106 15
                                    


—Necesito aire puro y limpio —vuelve a quejarse por decimosexta vez Valeria. Acto seguido, comienza a abanicarse con la mano como si así estuviera mejor.

—Ya falta poco Val. —insisto al mismo tiempo en el que me apoyo en la ventana. Espero que de verdad tenga razón.

—Eso nos llevan diciendo desde que salimos.

Hoy es el día de la "acampada", en la que todo el instituto ha decido asistir. Supuestamente íbamos a llegar muy temprano, pero llevamos en el maldito autobús más de dos horas. Y no es que todos huelan bien, no.

Yo también necesito respirar aire puro de una maldita vez.

—Agh, me está colocando de los nervios.

—Val, el conductor no tiene la culpa de que tardemos tanto, deberían haber escogido un sitio más cercano.

Ella gruñe como si estuviera harta de pasar tanto tiempo aquí encerrada. Yo me limito a cerrar los ojos e intentar descansar.

—No es el conductor, es William: el maldito no para de mirar para aquí. —observo disimuladamente en la dirección que ella señala con la esperanza de no encontrarme con sus ojos azules.

Pero ella tiene razón. Cuando nuestros ojos entran en contacto, puedo notar cómo su expresión se relaja al instante, como si estuviera esperando todo este tiempo este momento.

Hace días que evito todo lo relacionado con él. Ni siquiera me he acercado a mi compañero de mesa. ¿La razón? Amber Cooper parece una perra en celo que está esperando que una tonta se acerque a lo que es "de su propiedad" y darse el gusto de volver a atacar. No pienso darle ese gusto.

Otra de las razones es que simplemente quiero evitarlo a toda costa. No necesito más rumores recorriendo los pasillos diciendo que estoy en una relación con Peter y que lo engaño con William. Por favor, ¿quién en su sano juicio le pondría los cuernos a alguien como Peter? Deben de inventar cotilleos más reales.

—¡Llegamos, por fin! ¡dejarme salir, alguien necesita aire puro! —el grito de Valeria me provoca al primer sobresalto del día. Ella sale disparada gritando fuera del autobús mientras yo espero paciente mi turno para abandonarlo.

—¿Qué, contenta?

—No sabes cuánto. Ahora, vamos a por nuestras maletas. —me agarra del brazo y ambas nos reunimos con el resto.

De pequeña nunca me ha gustado ir a acampar al bosque en medio de la nada, ya que lo veía un lugar peligroso en el que no puedes pedir ayuda si te encuentran en medio de la nada, ya que de poco te servirá dejarte un pulmón gritando si nadie se encuentra a dos kilómetros a la redonda.
Bien, pues hoy en día lo sigo manteniendo. Los profesores que nos acompañan dejan claro unas cuantas normas:

1. No molestar a los animales salvajes, ya que pueden atacarte. Seamos sinceros, ¿a qué estúpida persona se le ocurriría hacerlo?

2. Hacerles caso en todo momento.

3. No salir de noche fuera del "campamento". Queda totalmente prohibido, según ellos, porque por ahí se encuentran cuevas sin explorar y algún que otro manantial.

Creo que esta va a ser la más difícil de cumplir: el peligro llama al peligro.

El profesor Fernat deja que cada pareja comencemos a montar nuestras tiendas de campaña, como si fuéramos unos expertos de toda la vida. Cuando ya tenemos la tienda —sin montar, por desgracia— delante nuestra, mi cerebro no es capaz de resolver la cuestión que me invade ahora: ¿por qué hay tantos palos para una sola tela?

Déjame Odiarte ©Where stories live. Discover now