Déjame Odiarte [25]

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Con una mueca de frustración, niego con la cabeza y acabo por sacarme la —ahora— horripilante blusa que parece querer dificultarme el día, ¿desde cuando me queda tan mal?

Aunque la pregunta que debería hacer es por qué me importa tanto el tema de la ropa. Por el amor de Dios, Kimberly, ¡no es una boda! ¡deja de ser tan estúpida! Si mi otro yo pudiera salir de mi interior, estoy segura de que me diría algo así —o incluso peor—.

Ha pasado un día desde la organización de los grupos. Y sí, parece ser verdad eso de que vamos a reunirnos hoy. En casa de Will. Sí.

Decido darme por vencida y acabo por optar por lo primero que quité del armario: mi camisa blanca sencilla y mis short de cuero negros. Me doy el visto bueno sin pararme mucho en revisar cómo está mi aspecto; en mi rostro no descansa ninguna gota de maquillaje y la verdad no me preocupa en absoluto que sea así. ¿Sabes qué pereza me entra cuando llego a casa a las tantas de la noche y me doy cuenta de que debo quitarme toda esa pintura innecesaria de la cara? No hay peor castigo que ese.

Ahora mismo me muero de sueño y lo único que encabeza mi lista de prioridades es tomarme una buena taza de café. Pero todo desaparece y rápidamente espabilo cuando debo realizar un movimiento raro para no acabar chocando contra mi progenitor. Maldita sea, siempre igual. Es raro que no se encuentre dentro de esas cuatro paredes a las que llama despacho, lleno de papeles.

Su característica cara seria sigue en el mismo lugar que siempre, aunque esta vez es más dura que otras veces: ambos sabemos a dónde me dirijo. Y en el fondo a ninguno de los dos nos apetece que yo salga de casa. Todavía sigo castigada, por eso me ha costado el doble convercerlo para que no me encerrara con llave en mi habitación. Cuando a un padre como el mío le intentas explicar que el hecho de que Will sea un chico no significa que me vaya a casar con él, es muy difícil hacerle entrar en razón. Debería de haberle dicho que soy lesbiana, a ver cómo hubiera reaccionado. Es estúpido y demasiado vergonzoso hacia mi persona tener este tipo de conversaciones con un padre con el que hace poco convives. Y más cuando se cree que cada chico con el que estas —que no son muchos— son tu pareja.

Su preocupación está lejos de ser la de un padre normal y corriente. No está preocupado por que yo vaya a su casa y vuelva nueve meses después con un niño en los brazos, no. Sino que a él lo que le preocupa es el hecho de que en verdad pueda tener algo con Will —hecho imposible— y que nuestra relación termine. ¿El motivo? No quiere que el pacto con sus padres se rompa por la mala relación de unos jóvenes insensatos. Y no hace falta que me lo diga con esas palabras, se trata de Marc Grey: el hombre de los negocios.

Al menos, nuestra conversación me ha servido para darme cuenta y confirmar que las personas no cambian con el paso del tiempo. La vida está llena de tentaciones para seguir el camino que una vez comenzaste; no puedes retroceder, solo avanzar.

Sin darme cuenta, ya me encuentro enfrente de su casa. Y vaya casa, es capaz de intimidarme igual que su dueño.

—Hola, ¿puedo ayudarte en algo? —pregunta amablemente la persona que me ha abierto. Es una señora de mediana edad que a la vista parece muy agradable. Aún así, no consigue que mis nervios se vayan. ¿Y si llego muy temprano?

—Eh... Bueno, busco a William...

—Claro joven, pasa —se hace a un lado para dejarme entrar—. William se encuentra con otra amiga en el salón, ¿quieres que te acompañe?

¿Amiga? Já. Si usted supiera...

Me tomo unos segundos hasta que me acuerdo de su pregunta, la cual rechazo amablemente. Un último contacto visual con ella y comienzo a caminar por los largos y oscuros pasillos de este lugar. Por cierto, cabe destacar que si por dentro es impresionante, por dentro no se quedan cortos.

Déjame Odiarte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora