Déjame Odiarte [56]

1K 68 47
                                    


William Evans.

Voy a ser honesto.

Nunca en mi vida he amanecido con alguien a mi lado compartiendo cama después de “una noche llena de pasión”. Salvo, claro está, de si tengo novia o si me encuentro demasiado borracho como para poder moverme. 

Supongo que es una estúpida ley entre los chicos: sino me importas lo suficiente, no tengo porqué seguir gastando mi tiempo contigo. Sé que suena muy egocéntrico, pero así eran las cosas antes.

Antes de ella.

Porque puedo asegurar que hoy he dormido mejor que nunca. Y sin esas malditas pesadillas que me desvelan en mitad de la noche y me atormentan por horas. 

Cuando me despierto no la encuentro a mi lado. Y eso me preocupa. Luego recuerdo que esta es su habitación, por lo que intento relajarme pensando en que seguramente aún se encuentre aquí. Pero, ¿y si ha huido? Ahora entiendo cómo se encuentran todas las chicas a las que he dejado solas a mitad de la noche. Rezo con todas mis fuerzas para que no se haya arrepentido por nuestro momento de ayer. Y es que aunque ayer no llegamos a nada más haya, eso era todo lo que necesitaba para que el día acabase genial. 

En medio de mis pensamientos, una de las puertas de la habitación se abre dejándome poder ver la perfecta figura de Kimberly envuelta solamente por una simple toalla. 

Contrólate, William, contrólate.  

Ella camina con total normalidad por toda la habitación sin importarle mi presencia. ¿Estaría acostumbrada a eso con Carter?

Su largo pelo dorado enmarañado va dejando un pequeño rastro de gotas por toda la habitación, indicando el lugar por donde va pasando. Kimberly no suele maquillarse mucho, pero tengo que reconocer que nunca la había visto sin una gota de maquillaje. La he visto con su perfecto maquillaje bien colocado en un montón de ocasiones; también la he visto con todo su maquillaje corrido y sin un orden fijo. Pero nunca la había visto así. Tan natural. Y la verdad, tengo que admitir que así me gusta mucho más. 

Kim me observa solamente una vez, y su mirada no es exactamente inocente. Sigue paseándose con tanta tranquilidad que es capaz de ponerme nervioso. Y lo único que se me pasa por la cabeza en estos momentos es saltar de la cama y arrebatarle yo mismo la toalla.

Lo peor de todo esto es que no sé si lo está haciendo para torturarme o es que ésta es su rutina de todas las mañanas. 

—Contestona, no tientes a la suerte. —le advierto con una clara indirecta. Ella me observa por unos cuantos segundos antes de acabar por sonreírme. 

—No estoy haciendo nada malo. —reprocha.

—Torturarme es suficiente. 

Simplemente se limita a reír —¿he dicho que adoro su risa?— y a volver a meterse en el cuarto de baño. 

Cuando sale, ambos nos encontramos totalmente vestidos. Vuelve a sonreírme antes de preguntarme si tengo hambre. Le respondo que no, a lo que ella contesta que se muere de hambre. Su estado me parece el más relajado posible, pero cuando se posiciona a mi lado para salir de la habitación puedo notar lo nerviosa que se encuentra.

—Me resulta raro esto de despertarme sin una horrible resaca. —comenta observándome de reojo. 

No sabe cuánto le agradezco el no sacar el tema de mis pesadillas; porque de verdad, ayer ya tuve suficiente y no creo que pudiese seguir hablando de ella. 

—Hay que darle un respiro al hígado.

Cuando nos encontramos en la planta de abajo, me alegra saber que todavía estamos solos en casa. 

Déjame Odiarte ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum