31.

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Emily estiró su brazo hasta que sus delgados dedos rozaron el hueco entre mis omóplatos, me retiré un poco más, quería que se estirase lo más que pudiera y así pudiera dormir más cómoda.

Tuve que aferrarme a la orilla de la cama a menos que quisiera caer sobre mi costado derecho.
De una u otra forma las sombras que se proyectaban en la pared me hacían sentir incómodo, incluso pequeño y asustado, pero no entendía el porqué, y para mi desgracia no podía dormir; había despertado hace unos quince o veinte minutos y me había quedado así, mirando a la oscuridad y huyendo del espacio de Emily, en específico de su contacto. Tenía que levantarme, no podría dormir hasta que no me diera el aire frío una razón para volver a la cama.

La luna no podía verse más grande y brillante ante los ojos humanos, parecía querer lucirse para aquellas nocturnas almas que no podían dormir, el aire me daba de lleno en el pecho y los sonidos lejanos del bosque apenas y eran audibles; ¿cómo diablos no me había dado cuenta de esto?

—Te vas a helar, — me encogí de hombros—, pero, ¿quieres compañía?

—No podría negarla viniendo de ti, Em— su pequeño cuerpo se encontró junto al mío, dio un pequeño salto y se acomodó en el barandal—, ¿has visto la luna hoy?

Asintió. —Mi padre solía decirme que prestara atención a las  cosas que ignoramos, la luna no falta en ellas.

Giré a verla, sus marrones ojos miraban por encima de mi hombro, dentro de la habitación, pero sin embargo, sólo parecía querer perderse en la penumbra. Apoyé mi mano en su pierna.

—Te aprecio mucho, ¿sabes? De una u otra forma, me haces bien.

—Me siento orgullosa de que al fin hice algo bueno por alguien más— sonrió con un atisbo de emoción en sus ojos—, debería estudiar algo relacionado con cómo cambiar a hombres millonarios de corazón de roca a un algodón de azúcar en un par de meses.

No evité reírme, sabía bien cuándo ponerle humor a un asunto, me hacía falta un poco de eso. Su mano cubrió la mía y me brindó un apretón.

—Te harás rica si publicas un libro o algo así, no lo dudes.

Suspiró volviendo la vista al bosque.

—Me gusta mucho el bosque, ¿sabes?, ¿cómo es que no lo habías visto hasta ahora?

—De pequeño no tenía tiempo, Em. Siempre había una institutriz, una clase extra, un caballo que montar, una piscina a las 5 a.m, una reunión a la cual debía acompañar a mi padre; mi infancia no fue la mejor ni la más normal.

— ¿No te imaginaste una infancia en la jugaras todo el día? ¿O dónde hicieras una que otra diablura?

Miré la luna una vez más. —Todos los días.

Me gustaba la idea de poder hablar con alguien como Emily, sentía que podía decirle cualquier cosa ahora, sin la necesidad de ser un patán con ella o insultarla con intención cada dos minutos; me sentía bien con ella.

— ¿Ems?— respondió con sonido vago—, ¿podría abrazarte?

Extendió una de sus manos hacia mí y tomándome por la nuca me acercó a su cuerpo, siempre desprendía un calor reconfortante además de su aroma a lavanda, me embriagaba de poco en poco a pesar de la distancia, era como sí su aroma tuviera vida y se quisiera tomar el tiempo de seducirme.
Rodeé su cintura con mis brazos y escondí mi cara en su cuello. Tan sólo necesitaba un poco de calor humano. Necesitaba su afecto, en especial.
Sus delgadas piernas estaban a cada lado de mi cadera y sabía que el aire le calaba en la espalda, y siendo honesto esa no era la mejor posición para ella.

ADAM - en edición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora