34.

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Permanecí inmóvil a su lado mientras sus grandes manos se aferraban con temor en mi espalda; Adam lloró contra mi pecho hasta el cansancio, años y años de soledad lo estaban matando y por fin lo soltaba. Las sabanas cubrían su espalda y guardaban el calor que compartíamos, mi pierna derecha estaba dormida y comenzaba a hormiguear, pero me interesaba más que sacara todo lo que lo estaba lastimando tan mal, se había roto en mil pedazos y necesitaba pegarlos uno por uno.

—No te quiero lastimar—pronunció roncamente.

Pasé mis manos por su cabellera y pronuncié un corto "no lo haces" en contra respuesta; lo que el padre de Adam le había pedido no tenía ni derecho ni revés, pero a pesar de eso, Adam estaba intentando obedecerlo, no tenía de otra, y esa era la única opción, lo sabía.

Quería permanecer a su lado hasta que él pudiera descansar, pero sabiendo de su preocupación, sabía que no lo haría; acaricié su espalda y le pedí que durmiera, en vano, claro.

—No puedo desobedecerlo, pero tampoco quiero seguir lo que él dice, ¿sabes?

—Lo sé, Adam, lo sé.

— ¿Vas a perdonarme algún día?

Adam se quedó dormido después de acariciarle la espalda y repetirle mil veces que él no era el problema, y que jamás lo sería. Drew estaba sentado en el jardín con media cerveza en mano, Alfred estaba a su lado con un cigarrillo a medio terminar también.

La puerta deslizable apenas y emitió sonido, pero de cualquier forma ambos voltearon a observarme con preocupación en los ojos.

—Es pasada la media noche Emily, ¿estás bien?

— ¿Y el señor Adam?

Tomé asiento justo en medio de ambos. —Está dormido, ha tenido un ataque de pánico, o de ansiedad, no lo sé... Ha tardado en dejar de culparse por mil cosas. No sé cómo ayudarle.

—Necesita volver a ver a su psicólogo, estoy seguro que es lo que necesita, ¿o no? —Alfred apenas y tenía noción de la fobia de Adam, al igual que Drew.

—Tal vez necesita tiempo lejos de aquí, de su padre, de la empresa... Incluso de nosotros, Emily.

—No lo sé, quizá una combinación de ambas cosas.

Nos quedamos en silencio, intentando buscar una solución. Adam no sólo me necesitaba a mí, necesitaba de alguien o algo más, algo que no iba a poder encontrar en mí, por más que lo buscara, y no hablo de algo sentimental, sino de algo más profundo, más personal.

Permanecí inmóvil entre Alfred y Drew hasta que el último se disculpó y se retiró a dormir, jamás había estado sola con Alfred, no hasta donde yo lo recordaba, y era extraño (tal vez un poco incómodo también). Sentí su grande mano sobre mi hombro y casi en un susurro cuestionó si me encontraba bien.

— ¿Qué te digo, Alfred?

—Un sí o un no basta, Emily; sé qué quieres ayudar a Adam, jamás nadie lo habíamos visto así de roto, no desde que Marissa llegó a esta casa hace unos años.

—Cuéntame de esos años.

Negó en silencio. —Jamás había escuchado de un hombre tan roto y solo como la noche en la que Marissa llegó; Adam parecía estar al borde de la soledad. Marissa dice que cuando llegó a pedir un trabajo, o lo que fuera, Adam abrió la puerta y lo primero que le llegó al olfato fue alcohol y humo de tabaco, no podría describir una imagen tan lúgubre como Adam ojeroso, y con la camisa manchada de amarillo, con apenas noción del tiempo, y quizá con el cabello más descuidado que jamás hayas visto, dice— se detuvo a reír con tristeza— que incluso podía ver sus costillas marcándose en la piel. Las alacenas estaban vacías, el refrigerador tenía latas vacías de cerveza, y lo único que podría considerarse líquido eran las veinte o treinta botellas de whisky, vodka, y tequila que figuraban regadas por toda la casa. Podríamos decir que fue Marissa quien lo enseñó a comer de nuevo, le tomó un mes entero limpiar y llenar la casa de cosas buenas, y otro mes más para que Adam se sintiera mejor y no bebiera ni una sola gota de alcohol al día.

ADAM - en edición.Where stories live. Discover now