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PDV de Adam

Emily bailaba al compás de la música que emergía del computador, su mejilla descansa sobre mi pecho y mantenía los ojos cerrados, esa fina línea de sus labios se curveaba hacia arriba de vez en cuando, murmuraba alguna palabra y volvía al silencio. No podía agradecer más la tranquilidad que me había traído su visita, su olor, su calor, sus tranquilos latidos y el sonido de su risa, me hacía sentir en casa, tan lejos, tan frío, pero en casa.

― ¿Estarás muy ocupado mañana? ―levantó la vista un par de segundos, su mano rozó con mi mejilla― ¿quieres que te lleve el desayuno a la oficina?

―Ojalá no tuviera que ir, ni siquiera quiero dormir, me siento tan cómodo ahora mismo que siento que la empresa no se caerá si no voy por un día―rio suavemente―, pero si quieres llevarme el desayuno, no opondré resistencia, quizá podamos ir por un café, o a Central Park.

Asintió, sus brazos eran tan suaves, su cintura tan pequeña, y ese largo cabello que rehusaba cortar rozaba mis manos en su espalda baja, aún tenía un par de gotas resbalando por los filos hilos castaños. Jaló de mi cuello hacia ella, con esa suavidad de siempre, con cuidado pero determinación y me besó, no quería que me dejase nunca sin ese tacto, sin esa sensación de besar pétalos de rosa blanca. Se separó un poco de mí y suspiró despacio.

―Quizá acepte el café.

Le abracé con fuerza, siempre me había parecido divertida la diferencia de estatura que guardábamos, era necesario descender a su altura o levantarle a la mía, y quizá este nuevo beso no era la excepción, sabía que sus pies ya no tocaban el suelo cuando sus brazos se cruzaron por mi cuello y su ligero peso era sujetado por mis brazos, su respiración acompasada chocaba contra mis labios, el calor de su cara se unía con el mío, avancé un par de pasos hacia la habitación donde se encontraba la cama y le permití bajar hasta tocar el suelo, apenas se separó de mí, sonrió sonrojada, no quería imaginarme como me veía yo.

―Te dejo dormir Adam, no quiero atrasar tu trabajo― hizo un pequeño ademán apuntando a la computadora―, prepararé otro té para ti y después iré a dormir.

―Sin azúcar, por favor.

―Por supuesto, su majestad―Emily se encaminó a la mini cocina después de una sarcástica reverencia― ¿quieres que pida algo de cenar?

Negué en silencio mientras volvía a la incómoda mesa donde reposaba mi computador, quería apagarlo y ponerlo en modo avión, no wifi, no correos, nada. Jamás me había sentido tan cansado por un par de juntas de oficina como en estos últimos días, había olvidado lo que el trabajo de oficina de los Blair era, y no lo extrañaba para nada. En casa me limitaba a asistir a un par de juntas a restaurantes o en las oficinas que poseía allá, nada fuera de lo extravagante, nada difícil o que requiriese de mi presencia todo el día. Me había acostumbrado a no ser más que el nombre importante al firmar, o la imagen futurista que todos los asociados buscaban para su favor, me había encerrado tanto en no creer que me fuese necesario fuera del confort de mi casa.

Adoraba que mi familia se sintiese minimizada por el poder que poseía en la junta directiva, porque sentía que era la única forma en que los podía mantener alejados de mis asuntos, alejados de mi casa y mi patética vida en soledad con Marissa y los guardias, porque sabía que nadie se atrevería a pisar mi propiedad o dirigirme la palabra, pero desde que había llegado a Nueva York me había dado cuenta que el rumor de mi "compromiso" había puesto en peligro el status quo que cuidaba religiosamente desde antes de mis veinte, o quizá lo puse en peligro yo, Emily había influido tanto en mí que inconscientemente intentaba socializar con los demás como ella lo hace conmigo, con honestidad.

―Aquí está su té, mi señor― depositó la porcelana blanca frente a mi mano derecha―, ¿todo bien?

―No puedo creer que apenas me doy cuenta―dirigí la vista a sus confundidos ojos―, me haces querer ser mejor aun cuando detesto a todos.

ADAM - en edición.Where stories live. Discover now