LXV

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Mastiqué con cuidado mi barra de chocolate, me sabía todo tan amargo y me era difícil tragar. Joe llevaba dos horas dormido desde que me había preguntado quien era, había recibido una atadura a los ojos de nuevo de mi parte como respuesta.

Estaba sentada en el sillón de mi habitación y esperaba desesperadamente despertar de la pesadilla que era mi vida en esos momentos; miré mi maleta. La abrí y saqué todo lo que había llevado: un neceser lleno de todo tipo de cosas, no pensaba enfermarme: vitaminas, suplemento alimenticio, analgésicos y antigripales solo por si acaso, un botiquín lo suficientemente pequeño para viajar con él, dentífrico, un cepillo dental, shampoo, jabón, toallitas desinfectantes.

Suspiré. Si quería sacarlo de ahí vivo iba a tener que darle todo lo que pudiera, Daniel no me había dado más que suplemento suficiente para él y eso no iba a bastar, comenzaba a pensar que la frase "lo suficiente para mantener sus funciones vitales" estaba demasiado arraigada al pie de la letra. Probablemente yo no pasaría tanta penuria como él, tenía que darle las vitaminas y probablemente parte del alimento de la caja que me habían dado para no dejarlo morir. Tenía que sacarlo, se lo debía por el simple hecho de haber aceptado hacerle tal atrocidad.

Tenía un par de mudas de ropa, mi cargador del teléfono y un par de paquetes de galletas dulces; no bastaría más que para mantener a dos unos dos o tres días, me estaba asustando.

Me recosté en la dura superficie y cerré los ojos, estaba cansada, necesitaba dormir más de lo que lo deseaba.

...

Un grito me hizo abrir los ojos.

—Mierda...— mascullé

Me levanté con rapidez, salí de la habitación mientras me ponía los guantes y bajé las escaleras con cuidado para no caer, el día había llegado y el edificio se podía apreciar bien, era algo húmedo y poco iluminado, para ser sinceros, de paredes sucias y una que otra grafiteada, de suelo de loza oscura y la mayor parte de las ventanas selladas.

Joe estaba despierto.

Su cuerpo atado por las cuatro extremidades se veía adolorido, estaba tendido en el sillón, justo como lo había dejado durante la madrugada, boca arriba, había logrado bajarse la cinta mojándola de saliva, pero los ojos vendados al parecer no habían corrido el mismo éxito.

—Cállate— dije con voz dura

—¿Qué mierda es todo esto? — largó con voz seca y estrangulada

—Te dije que te callaras, aquí la que habla soy yo, no tú ¿entendido? — me situé junto a él y miré la maleta que le correspondía, había olvidado que no tenía más que agua y suplemento en pastilla

—¿Quién eres?

No respondí y me acerqué, leí la etiqueta y fruncí la boca, no era más que una al día y solo habían mandado un paquete de cuatro pastillas.

—Hijos de puta...— murmuré mientras sacaba una del blíster, me volví a acercar a él con una botella de agua y me incliné sobre su cuerpo que se removía inquieto

—¿Qué es todo esto?

—¿Tienes sed? — él se quedó quieto, apretó los labios

—Quítame esto, por favor, me duele mucho la cabeza y necesito... necesito...

—Pregunté si tenías sed— murmuré al borde de las lágrimas

Dios mío. No podía hacerlo. Necesitaba mantener la cabeza fría si quería salir cuerda de ese lugar, porque la culpa la iba a llevar toda la vida sobre los hombros como costales de sal.

20 preguntas [J.Jonas]Where stories live. Discover now