LXXXVI

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Sí alguien no me mataba, lo iba a hacer yo mismo.

El lado derecho de mi cabeza punzaba, como si la inflamación no fuera a ceder nunca, tenía los labios secos y estaba seguro de que las conjuntivas llorosas.

Pestañeé entre sueños, el antiinflamatorio me estaba matando, sentía el estómago casi perforado a causa de él, el analgésico me hacía sentir atontado y constantemente me provocaba un sueño excesivo. Había pasado los últimos días en la cama en posición fetal, abriendo los ojos ocasionalmente, sobre todo a la hora de comer y cuando me aseaban o cambiaban la ropa, me sentía increíblemente deshidratado, las puntas para el oxígeno en mi nariz se habían vuelto mis mejores amigas; solía observar los brillantes, preocupados y ansiosos ojos verdes de Elliot sobre los míos durante horas hasta quedarme dormido.

Escuchaba como mi amigo hablaba y hablaba en voz alta, no muy seguro de si se dirigía a mí o de si había comenzado a hablar consigo mismo para no perder la cordura, optaba por la segunda. Elliot jamás había sido bueno para manejar la presión, no saber que pasaría con nosotros ni cuando tiempo estaríamos ahí lo estaba volviendo loco, estaba seguro. Recordaba haberle respondido en alguna ocasión, sin realmente saber lo que había dicho, sin embargo, estaba seguro de haberlo apaciguado, pues me había abrazado y luego había decidido dormir a mi lado, como cada noche; tomaba mis dedos entre los suyos y los apretaba, como para no dejarme ir, acomodaba su cuerpo junto al mío y no se movía en toda la noche.

Julia me visitaba todos los días, se sentaba junto a mí y, del mismo modo, hablaba mucho rato, como queriendo comunicarme alguna noticia, me sonreía y peinaba el cabello que tenía en la frente, en una ocasión me había puesto un espejo de unos treinta centímetros a la altura de la cara para mostrarme algo que no recuerdo que fue.

Alguien, que me costó diez minutos reconocer, me devolvía la mirada perdida, con unas ojeras en un color violáceo tirando a rojo, más irritadas que nunca, de labios resecos y mejillas hundidas, me veía enfermo y agotado.

Mis defensas bajas y los malos tratos de los últimos días me vencieron, provocando que mi cuerpo contrajera una infección pulmonar, las puntas de oxígeno se cambiaron por una mascarilla y las agujas en mis brazos dolían más que nunca. Comencé a perder la noción del tiempo.

...

Esa noche, mi cuerpo se quemaba.

—¿Está bien así? —preguntó Elliot en voz baja cuando terminó de alzar ligeramente mi almohada, asentí con ligereza, tragué saliva con dificultad y cerré los ojos, me sentía débil, como cada día que pasaba

Julia entró deslizando la puerta, sabía que era ella, había aprendido a diferenciar sus pasos de los de Elliot y de los de los médicos que me atendían todos los días, sonreí un poco.

—Joseph...— murmuró

—Está despierto— espetó Elliot en voz dura, pero baja, mi amigo definitivamente no estaba dispuesto a escuchar razones por parte de la mujer, lo entendía

—Joseph...— volvió a murmurar ella, sentí la palma de su mano fresca sobre mi frente, abrí los ojos en agradecimiento— estas ardiendo...

—Lleva una hora así— masculló Elliot, mi amigo estaba sentado en el sillón que ocupaba todos los días junto a mí, lo miré y fruncí el ceño— Hey...— me saludó con una sonrisa triste

—Hey...— grazné con dificultad, la máscara de oxígeno le daba cierto alivio a mi garganta

—¿Qué te han dicho? —preguntó Julia a Elliot, él la miró y suspiró con pesadez, podía ver las ganas que tenía de ahorcarla, alcancé su mano con la mía para distraerlo y él me miró un segundo antes de responder apretó mis dedos

20 preguntas [J.Jonas]Where stories live. Discover now