XCVIII

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Llovía.

El pelinegro podía ver como el viento suave movía las pequeñas matas que se encontraban detrás de las puertas de vidrio en la salida, al agua estrellándose contra el pavimento a lo lejos y las voces incesantes a pesar de la hora. Alex había encendido su teléfono, consultando el itinerario para poder ubicar el hotel en el que se quedarían.

Joe lo miró curioso, con una mano sosteniendo la pequeña maleta que llevaba y otra hundida en las profundidades del bolsillo de su pantalón, jugueteando con un billete que había encontrado ahí dentro.

-¿Quieres que pida un auto? -preguntó sin intenciones de agobiarlo cuando le miró el ceño fruncido.

-No -negó inmediatamente, alzando la cabeza para poder verlo -Vendrán por nosotros, debemos buscar a... -suspiró guardando el objeto de nuevo, Joe alzó una ceja.

-Está bien... -murmuró lentamente, asintiendo y comenzando a caminar, observando a Alex deambular mientras buscaba a la persona correcta.

Echó un vistazo y se pasó una mano por el cabello, cansado, el cielo violeta del exterior anunciándole que la hora de la cena había concluido y que muy pronto el sueño lo vencería. Escuchó su nombre a lo lejos, Alex agitaba un brazo sobre la multitud para llamar su atención, situado junto a un hombre alto, de porte elegante y con una sonrisa amigable que sostenía una pequeña carpeta entre los dedos.

-Vamos, Joe -anunció el rubio con alivio.

-Buenas noches -saludó Joe con amabilidad, el hombre saludando de la misma forma y mostrándoles el camino en dirección al estacionamiento.

Una sonrisa torcida se extendió a lo largo de su boca cuando dilucidó el alto edificio que se alzaba frente a la acera en que habían estacionado media hora después, las luces de las ventanas dándoles la bienvenida.

Durante todo el trayecto Alex se había dedicado a conversar con el conductor, riendo suavemente, asintiendo ante todas las recomendaciones que él hacía para su estancia -quizá creyendo que su viaje no tenía nada que ver con trabajo- y mostrando esa encantadora sonrisa suya que provocaba que sus ojos se achicaran cada que mostraba los dientes. Joe había ocupado el asiento trasero con su bandolera de lona contra las piernas y había permanecido callado, sólo respondiendo a las casuales preguntas de Alex cuando se requería.

-Este hijo de puta sí que sabe gastar el aumento que no me da -rió Joseph cuando las ligeras maletas estuvieron abajo y el conductor se despidió de ellos con una despedida genérica, dejándoles antes un par de mapas y folletos de la ciudad, pero amable.

-Bueno, que nos paguen ya es un lujo -suspiró Alex comenzando a caminar en dirección a la recepción, donde una joven mujer esperaba tras el mostrador -¿Has estado en Seattle, Joe?

-Por supuesto -asintió -En varias ocasiones, pero hace más de cinco años que no piso por aquí... Había olvidado el detalle de las lluvias- suspiró.

-No se supone llueva demasiado estas fechas -murmuró Alex revisando su teléfono -Es mala suerte la nuestra.

El rubio lo dejó con la respuesta en la boca cuando se acercó a la recepcionista con su amplia sonrisa una vez más y comenzó una conversación muy rápida con ella, su amigo detrás echando un vistazo al lobby. Diez minutos más tarde ambos subían el elevador en silencio, siendo dirigidos a su habitación.

Una alcoba con dos camas de dos plazas los esperaba, con una pequeña sala como recibidor y un ventanal que dejaba pasar la luz artificial de Belltown a través de él. Joe miró el lugar y se encogió de hombros, dejando que Alex se encargara de preguntar la manera más rápida de llegar al centro de convenciones ubicado en la calle Pike. Joe soltó sus cosas sobre el sofá en cuanto la puerta se cerró y miró a su amigo con una sonrisa de suficiencia.

20 preguntas [J.Jonas]Where stories live. Discover now