Capítulo 6: Devoción

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Cada mañana para él era un constante frenesí, todo el tiempo pendiente del reloj, la etiqueta, manteniendo su buena actitud, siempre impecable, su trabajo no debía tener una sola falla, ser sobresaliente en sus notas académicas, usar la ropa más sofisticada, el mejor auto y procurar extender las conexiones de su familia o en su defecto, reforzarlas con las nuevas generaciones de viejos empresarios, era agotador no tener un solo momento de intimidad, nada que le permitiese ser él mismo, dejando atrás la libertad en su niñez, pero entonces cuando creía todo perdido alguien apareció. Al principio no supo cómo reaccionar, de la emoción sus feromonas revolotearon como nunca habían hecho en su monótona vida desde principios de la preparatoria, tenía en su poder una carta que dictaría en un rumbo muy diferente sus supuestos planes y los de su madre de paso.

Se esmeró en contactar con aquella persona desconocida, curioso por la imagen apática que reflejaba su fotografía del documento burocrático, le envió una simple carta con la espera de una respuesta que no llegó, contrariado y pensativo, dedujo que seguramente el correo internacional era muy tardado, por lo que cambió de paquetería a una que le aseguraba la llegada de sus mensajes de manera puntual, probando de paso algunas herramientas extras que la misma contaba, después de todo había sido cumpleaños de su futura pareja y merecía un presente a la altura, posteriormente de haber hecho las compras se lamentó, quizás lo asustaría, pero las cosas ya estaban hechas, sería patético retroceder, generando el comienzo de una curiosa amistad.

Grata fue su sorpresa al conocerle en persona, justo en el aniversario de su primera carta, debía admitir que se hizo una idea bastante clara de los ideales del que creía, pequeño omega, era todo menos delicado y algo excéntrico, quizás su carácter se debía a la adolescencia, pensó, pero al verlo de frente se topó con la persona más adorable que pudo conocer, sus feromonas tan dulces no se comparaban con los residuos en la correspondencia, sus ojos brillantes de color chocolate, como la golosina que tanto le gustaba, labios rosáceos al igual que sus abultadas mejillas, su negro y suave cabello que contrastaba con aquel tierno pasador de flores rosadas, mismas que adornaban el hermoso kimono que portaba, no podía, ni quería, quitarle la vista de encima, tan exótico, de una cultura antiquísima y especialmente arraigada a sus propias costumbres. Se había preparado, estudiado el país de Yuuri, quería agradarle y no cometer alguna grosería no más llegar, incluso aprendió algunas palabras y frases básicas, deseaba que la brecha entre países fuera mínima, pero entonces descubrió la fluidez de la familia con el idioma de origen británico, seguramente enseñanzas aprendidas en tiempos de mejor actividad turística.

El inesperado impulso por tocar tierras niponas le dejó un buen sabor de boca, contrario a lo que creía, la visión de su pareja destinada mejoró bastante, no es que menospreciara a Yuuri, ni mucho menos, sólo no sabía cómo el susodicho lo tomaría, por lo que proponerle matrimonio había sido decisión de último momento, si bien, compró un anillo, no lo entregaría hasta estar del todo seguro con la decisión, ocultándolo siempre en un bolsillo de su chaqueta, pero cuando el joven japonés se declaró, no tuvo duda, ese omega lo tenía comiendo de su palma, quizás ni siquiera se percataba, pero era lo suficientemente raro y único para cautivarlo, para sorprenderle, era lo más precioso que había encontrado en su vida, un corazón puro, frágil y traslucido como el cristal. No importaba que tanto Yuuri se esmerara por cubrirse con las manos, en ocultar sus sentimientos, protegiendo sus tesoros a los demás, él veía cada pequeño detalle con una sonrisa, como presenciar a un niño pequeño con la cara y ropas embarradas en acuarelas, que esconde a sus espaldas una enorme cartulina coloreada para regalársela a su madre, era tan obvio, tan adorable.

Ahora despertaba en aquel lugar con olor a madera vieja, el piso de duela y tatami rechinante, sintiendo su nariz cosquillear al abrir la puerta de su habitación y percibir suaves feromonas florales, tan acorde al nombre de su pareja, "Yuuri no nioi", murmura alargando una vocal para hacer un juego de palabras, la fragancia de los lirios, el perfume natural de Yuuri. No puede evitarlo, es algo más fuerte que él, su instinto, necesita hacerlo. Con sigilo termina irrumpiendo el refugio del menor, aspira fuerte y rememora los meses que estuvo alejado de él, en la fría Rusia, en su triste habitación, en los días que su prometido se encontraba "indispuesto" y le escuchaba llorar en las noches, llamándolo, pero no podía acercarse, no quería dañarlo, le rompía el corazón saber que aunque Yuuri estaba acurrucado en el nido de su madre aún lo añorara, claro, era un reflejo natural, pero no dejaba de ser doloroso y ahora lo tenía frente a él, tan tranquilo que ni su entrada tenía pestillo, se inclinó para observarle, le pinchó una mejilla con cariño, provocándole incomodidad y que pronto se revolviera dándole la espalda.

Dulce ViktorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora