Capítulo 30: Roble y Azucena.

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Con la mirada perdida en la bella montaña al fondo del horizonte, su mente divaga haciendo tortuosa la cuenta regresiva, sabe que solo es cuestión de tiempo para que todo inicie, quiere huir de allí, pero su cuerpo no se mueve, el corazón le late fuerte y pausado como repiqueteante taquicardia, está ansioso, sin embargo las ganas de llorar se han esfumado. No, no se ha resignado, pero ya no puede resistirse, no puede abandonarlo.

Acaricia los platinados cabellos con más ternura de la que debería, emborrachado por el amor en las feromonas que le rodean, Viktor descansa la cabeza en su regazo, éste ronronea suavemente mientras retozan en la sala.

Aún no ha pasado nada.

Comparten ratos dulces llenos de besos, no pareciera que su amado esté cerca de entrar en celo, todo es relativamente normal, como una tarde cualquiera en casa después de un día agotador, con su esposo comportándose como un niño necesitado de cuidados y mimos.

¿Por qué será que está tan tranquilo?

¿Tendrá que ver que esté a su lado?

Que cumpla su capricho.

En la ocasión anterior, antes de la boda en Rusia, Viktor durante su celo se había vuelto violento por la madrugada, todavía recuerda los ladridos de Makkachin, como si desconociera por completo a su dueño y quizás por eso el can se había comportado extraño los últimos días, él sabía lo que ocurría, por eso lo evitaba y se mantenía en alerta en el pasillo, como un guardián.

Las señales siempre estuvieron allí cual espectro fantasmagórico que le perseguía, pisándole los talones y ocultándose en las sombras cuando decidía voltear, se dejó asechar como una presa perfecta que era, igual a esas hermosas rubias voluptuosas en películas de terror norteamericano, pero él no era una chica hueca, no era tan predecible, aun así cayó.

Yuuri volvió a sentir el nudo en su garganta, creyéndose tonto e ingenuo, pues en cada momento pensó que podría tener las cosas bajo control, que su instinto no era dominado del todo por el del alfa, pero eso era uno más de sus autoengaños, estaba empezando a admitir que no puede negar más su naturaleza y aunque eso le caracterizaba, había llegado el momento de afrontarlo.

Es un omega enamorado de su alfa.

Un devoto esposo.

Sumiso a los encantos de su gamma.

Viktor se incorpora, acobija el rostro de su amado entre sus palmas y con dulzura besa una a una sus lágrimas, mima sus parpados, saborea los suaves labios con gran cariño, lentamente, delicado, como lo haría con una flor. El japonés se pierde, corresponde vulnerable al contacto y enreda sus brazos tras la nuca de su pareja, se deja cuidar, que tome todo de él, lo ama tanto que duele negarle las más mínima caricia.



—Yuuri —respira profundo en su cuello, le toca su silueta con las manos temblorosas.

—Hazlo —sonríe con tristeza, no puede odiarlo, pues aun en ese momento le pide permiso—, está bien.

—Yuuri —los oscurecidos ojos azules le observan un largo rato, quizás asegurándose aun en su delirio, abre los labios pero no dice nada, entrecierra los parpados y con lentitud se acerca a su boca para fundirse en ella.



Lo escucha suspirar, le apresa necesitado entre sus brazos, las cálidas manos exploran bajo su ropa, acarician la longitud de la espalda que se estremece, se agarran a sus caderas, sabe que contiene su fuerza al delinear los huesos que sobresalen en su cuerpo, el mayor gruñe separándose del beso, esconde su cabeza en el pecho del omega, jadea sacudiéndose, está luchando.

Dulce Viktorحيث تعيش القصص. اكتشف الآن