Capítulo 12

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            Sabéis eso que dicen que más de la mitad de los días que vivimos, luego no los recordamos, ¿no? Yo ese día iba a recordarlo toda mi vida. No quiero ser malhablado porque ya sabéis que estoy intentando hablar mejor pero... iba a recordarlo toda mi PUTA VIDA. Es decir, el beso fue solo un pico, un microsegundo si es que eso existe (supongo que sí, ¿no? Ay, mira, yo qué sé). Pero para mí fue una hora. Aunque ni me dio tiempo a cerrar los ojos, ni siquiera a reaccionar, mi mente llevaba tanto tiempo esperándolo que, aunque fue por sorpresa, pudo vivirlo lo más intensamente posible. ¿Sabéis esa primera vez que veis fuegos artificiales? ¿O cuando te pica un mosquito y te rascas y no puedes parar porque es el gustazo del siglo? ¿O cuando solo queda un trozo de pizza y te lo comes tú? ¿Sabéis ese momento en el que estás en la ducha en invierno... pero tienes el agua super caliente y te quedas debajo sin moverte? ¡Justo eso sentí! Bueno, no todo a la vez. Bueno. Sí, SÍ. Todo a la vez, de golpe. Y claro, fue la sensación mejor que he tenido en mi vida. Dios, qué exagerado soy. Pero es que no estabais allí, no lo habéis vivido. Sin darme cuenta, sus labios ya se habían apartado de mí pero, curiosamente, un breve hilo de saliva nos seguía uniendo, aunque ni siquiera habíamos abierto las bocas. Como es obvio, me empalmé. Permitídmelo, ¿vale?

- ¿Era esto lo que habías pedido? – me preguntó, con esa voz grave y profunda pero claro, yo solo pude reírme como si fuera gilipollas.- Sí, ¿no? – joder, qué seguro estaba de todo el cabrón.

- Sí – admití.

- ¿Nos vamos? – y se levantó de un salto. En serio, cada vez tenía más claro que este chico era un poco bipolar.

- Eh, vale...

- Si te dejara aquí ahora, ¿sabrías volver a casa?

- ¿Qué? – respondí, aterrorizado.

- No flipes, tranquilo, que no te voy a dejar solo, idiota – dijo, dándome una pequeña palmada en el hombro y agarrándome con fuerza. Es que en serio, os parecerá absurdo pero solo quería salir corriendo. Todo era tan... tan... tan demasiado que no podía procesarlo.

- Menos mal.

- ¿Quieres ir a algún lado?

Miré la hora. De repente eran las nueve de la noche. ¿Las nueve ya? ¿Y qué iba a hacer con mis padres?

- No te agobies, que antes de que te des cuenta, estás en casa – sonrió y rompió el contacto, adelantándose como siempre, consciente de que yo le iba a seguir allá donde fuera. Básicamente porque no tenía ni idea de dónde ir.

En pocos minutos ya estábamos en Plaza de España dispuestos a coger el metro. No habíamos intercambiado más de dos palabras desde el momento 'beso'. ¿No iba a mencionarlo? ¿No pensaba darme más? ¡Oh! A lo mejor ahora era yo el que tenía que lanzarse, ¿no? En serio, no sé cómo funcionan estas cosas. ¿Y si me lanzaba y no sé besar de repente? ¿Te imaginas? ¡Qué vergüenza! Cuando yo empecé a bajar las escaleras para ir al metro, vi que Pablo no me seguía. No. Estaba junto a una estación de esas de bicis eléctricas que hay por la ciudad y trataba de sacar una.

- ¿Pero qué haces? Que hay que tener una tarjeta o algo – dije y él sacó dos de su bolsillo.- ¿Tienes?

- Mi padre – me enseñó una,- y mi madre – me enseñó la otra.- ¿Quieres ver el río?

- ¿El río?

- ¿Nunca has ido?

- Uhm... - pues no recordaba haber ido, no. Mis padres nunca fueron de ir mucho al centro de la ciudad. Siempre habíamos sido una familia... pues de barrio, de hacer vida cerca de casa. Pablo parecía todo lo contrario. Y me encantaba. Metió una tarjeta y sacó una bici que me tendió. Luego sacó otra para él y se subió.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora