Capítulo 60

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Desde que nos contaron que íbamos a ir a lo de Amazonia, supe que Óscar lo iba a pasar de culo. Porque es así, se agobia en las cosas más pequeñas, se ahoga en un vaso de agua vacío. Y con el miedo que le tiene a las alturas, y a quedar en ridículo delante de la gente, era bastante lógico que se fuera a quedar bloqueado. Que es básicamente lo que le pasó, y en el peor momento, en la zona más jodida del circuito. Nos había tocado juntos a Óscar, a Albert y a mí. A ver, Albert no me cae bien. Sí, es majo, y ha apoyado mucho a Óscar, pero también le ha vuelto loco, y eso no me gusta. No quiero quedar de celoso porque no lo soy. Óscar no es mío ni mucho menos. Pero tío, es que hay veces que Albert podría tener la boca cerrada. Pero ¿sabes qué? Albert es amigo de Óscar, y eso lo convierte automáticamente en amigo mío. No hay más. Mientras íbamos haciendo el circuito, nos llevamos sorprendentemente bien. Si Albert es majo. El problema es mío que soy un seco de cojones. A Óscar lo teníamos frito, si es que se le nota todo, si es que es como un puto libro abierto, pero no vamos a criticarlo por eso ahora. Iba por delante de nosotros y claro, eso significaba que iba abriendo el camino, siendo el primero en probar las cosas, y a Óscar no se le da bien ni ser líder, ni ser el primero. Y a las pruebas me remito. Cuando se quedó atascado no sabíamos qué hacer. Porque le veía sufrir. Y otra cosa no sé, pero ver sufrir a Óscar... joder, no puedo. Es que se me encoge el estómago, tío. Es algo superior a mí, así que decidí ir a ayudarlo. Fue ahí cuando Diego tuvo que aparecer. El puto Diego de los cojones.

- ¡Mariquita! – chilló y el resto de chicos se rieron. Porque claro, Óscar había provocado una cola de la hostia. Pero escucharlos riéndose de Óscar. Os juro que lo primero que pensé fue en empujarlos y tirarlos al vacío. Pero Albert se me adelantó.

- ¿A quién llamas tú mariquita? – respondió, temblándole la voz.

- ¿No lo es? – contestó Arenas, que tenía que estar en todas las movidas. Lo que nos faltaba. Que Diego y Ramón se unieran. Con lo tranquilos que estábamos.

- ¿Podéis dejarlo ya de una puta vez? – increpé.

- Tú no te metas – me increpó Moi, que también se había unido al club de gilipollas.

- Dejadlo en paz, joder – chilló Albert, que estaba muy nervioso. Normal. Los tres le sacaban media cabeza cada uno. Y Diego era el que le había quemado.

- ¿Y si no qué? – dijo Diego, poniéndose chulo. Flipo tanto con el cambio de actitud de este chico. Había pasado de ser amigo de Albert a amenazarlo a cada oportunidad. Qué asco de gente.

Entonces Albert le empujó y estuvo a punto de tirarlo. Diego apretó los dientes y le devolvió el empujón. Cuando fui a intentar separarlos, ya estaban cayendo los dos al vacío, y sentí una impotencia increíble.

Menos mal que al final solo se rompió una pierna. Porque podría haber sido mucho peor. Pero lo que me hizo sospechar es que el arnés de Albert se soltara tan fácilmente. ¿Había tenido algo que ver Diego? ¿Cómo coño lo había hecho? Seguro que había sido él. Tenía que haber sido él. ¿Hasta ese punto les odiaban que eran capaces de arriesgarse a matar a alguien? Porque si no hubiera dado con la red de seguridad, Albert se habría matado claramente. Cuando bajamos para ver cómo estaba, se lo llevaban en camilla. Y Óscar estaba en shock.

- Ha sido por mi culpa tío. Si no me hubiera quedado ahí parado, joder. Si no hubiera sido un puto cobarde, como soy siempre... - sollozó.

- Mira, no. Óscar, no. Tú de cobarde no tienes nada, ¿vale? Así que no me vengas con gilipolleces. La culpa es de Diego que lo empujó. Punto. Ni tuya, ni de Albert. Nada. Solo es culpa de Diego...

- Pero yo...

- Pero tú nada – sentencié. Me puso cara de pena y le di un abrazo, para darle un poco de calor. Porque lo necesitaba. Pero con Óscar muchas veces da igual, porque él se queda rayado con cualquier cosa, por mucho que le digas. Y así estuvo todo el viaje de vuelta a Madrid. Joder. ¿Qué puedo hacer más para darle seguridad? Aunque a lo mejor me esfuerzo demasiado, a lo mejor no tengo que esforzarme tanto en darle seguridad, y tengo que dejarle que él la encuentre solo. No sé. Sueno a Mr. Wonderful. No sé qué hacer.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora