Capítulo 82

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Bueno, quizá exageré un poco. No, no. Esta vez no. Esta vez no exagero. El incendio existió, y las consecuencias... pues fueron fatales. Pero vamos paso por paso.

Estaba el partido a punto de terminar, con Pablo lesionado en el banquillo y todo el colegio echándose encima del árbitro y del otro equipo. La falta que le habían hecho a Pablo había sido a mala leche, de esas que te cabrean, pero poco podíamos hacer. Ahora el otro equipo jugaba con uno más y no nos quedaba otra que resignarnos y rezar para que no nos metieran otro gol. Damián no pensaba lo mismo. El tío jugaba de la hostia, igualito a Pablo, y en cuanto cogía el balón, no había quien se lo quitara. Literal. Así que cuando quedaban muy pocos minutos, empezó a regatear a todo el equipo, como si estuviera volando, y cuando llegó a la portería contraria, pegó un zapatazo y pum! Gol. A la mierda la final.

Su equipo se le echó encima, abrazándolo, dándole collejas, tocándole el culo. ¡Mira los machos cómo se tocan los culos cuando celebran un gol! Pero luego ay qué miedo nos tienen a los gays. Nunca entenderé ciertas cosas del fútbol y de esa masculinidad hiperfrágil. Bueno, ni yo ni vosotros, ni vosotras, ni nadie, también te digo.

El árbitro pitó el final del partido y el equipo contrario empezó a dar saltos de victoria. El que había lesionado a Pablo se acercó para interesarse por él y, como Pablo es cero rencoroso, le felicitó por la victoria. Pero ninguno de nosotros estábamos contentos. De hecho, estábamos lejos de estar contentos.

-Menuda puta mierda –protesté. –Menudo robo.

-Pablo parece que está bien, ¿no? –preguntó Andrés, preocupado.

-Eso parece. Pero ya te digo que por dentro debe de estar con una mala hostia de esas que hacen historia, te lo digo yo –dije entre dientes.

Nos fuimos levantando uno a uno hasta que las gradas estaban vacías, y nos apiñamos todos alrededor de nuestro equipo para felicitarles pese a haber perdido. Pablo, cojeando, se abrió paso entre todos y vino hacia mí.

-¿Estás bien? –dije, sin acercarme del todo, por si acaso le tocaba y le dolía, yo qué sé.

-Sí, sí. No soy de cristal, te puedes acercar, ¿eh? –me regañó, así que le hice caso y le abracé con fuerza.

-¿Te duele mucho?

-Solo cuando camino –sonrió forzadamente.

-Vamos, que te duele.

-Me duele –admitió.

-Pues ahora habrá que llevarte a la enfermería. ¡De cabeza! –le ordené.

-Tranqui, que hay tiempo. Solo me lo habré torcido. Me ha pasado mil veces. Y en enfermería lo único que harán será echarme Reflex y punto. Así que puede esperar.

-¿Seguro? No te tienes que hacer el machito conmigo –bromeé.

-¿Yo machito desde cuándo? –se rió y me besó. Estaba sudado pero me dio igual. Siempre amé el sudor de Pablo. ¿Creéis que eso me va a dar asco a estas alturas? ¡Si le he lamido entero!

-¿Estás mejor?

-¿Por lo de antes? –recordó. –Sí, tranqui. Un... un agobio tonto. Últimamente parezco tú, ¿sabes? Me pongo a llorar a la mínima. Pero se me pasará. Gracias por preocuparte, y bueno, ya sabes, por estar ahí siempre.

-Obvio que voy a preocuparme y a estar ahí –repliqué.

-Lo sé, por eso no estoy preocupado. No demasiado –sonrió, pero con media sonrisa. Podía ver en sus ojos que estaba mintiendo, pero bueno, siempre fui negado para leer la mirada de la gente, así que a lo mejor me estaba equivocando. Ojalá me estuviera equivocando.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora