Capítulo 46

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- ¿Cómo? – dije, después de unos segundos para procesar su amenaza.

- Ya me has oído. Fuera de esta casa hasta que empieces a obedecer – insistió.

- Querrás decir que hasta que haga lo que te a ti te dé la gana, ¿no? – me envalentoné.

- ¡FRANCISCO! – chilló mi madre desde el fondo. Sí, le llama Francisco cuando se cabrea con él.

            Mi padre se dio la vuelta y, dándome la espalda, se fue, dejándome ahí plantado en el rellano, y cerrando la puerta para que no pudiera entrar. ¿En serio me acababan de echar de casa? ¿EN SERIO ACABABA DE PASAR ESTO? Mi padre no era consciente de lo que acababa de hacer. En serio, no podía ser consciente. Pero, ¿y qué iba a hacer yo? ¿Cómo iba a...? ¡Si ni siquiera me había dejado coger ropa! ¡Nada! En serio, estoy flipando muy fuerte ahora mismo. Entonces se abrió la puerta y asomó mi madre con cara de preocupación.

- ¿Qué has hecho? – me recriminó.

- ¿Yo? ¡Nada! ¡Es el bruto de tu marido! – chillé.

- Estoy hablando con él. Entrará en razón – susurró.

- Vamos a ver. ¿Cómo que entrará en razón? ¡Yo quiero entrar en casa! – sollocé.

- Ve a dar una vuelta, cariño, hasta que lo calme.

- ¿Qué? ¡Esto es la polla! ¡LA POLLA! – bufé y salí corriendo de allí, ignorando por completo los gritos de mi madre. Bajé las escaleras a toda velocidad (sí, estuve a punto de caerme un par de veces, que hay que contároslo todo) y salí a la calle, sin puta idea de dónde ir o qué hacer.

            Eso que había visto tantas veces en las películas, en las series, me estaba pasando a mí. Que también os digo, ¿eh? ¿Es que todas las historias con un gay como protagonista tienen que ser deprimentes? Bueno, mira quién habla. Que mi historia ha pasado de ser un cuento de hadas a un drama de categoría. ¿Y qué le hago? ¡Es mi vida! Y mi vida es un drama lo mires por donde lo mires. Pero la pregunta real es: ¿Qué hago yo ahora con ella? Con mi vida, quiero decir. No puedo volver a casa. Y aunque mi madre me diga que vuelva, es que no me apetece, joder, es que no me sale del rabo, vamos a ver. ¿Cómo pretende que vuelva después de lo que acaba de pasar? ¡Es que es de locos! Pensé en escribir a Albert, pero no quería ponerle en esa responsabilidad. Ay, el bueno de Óscar, siempre pensando en los demás. Si es que soy gilipollas. Y no tenía la suficiente confianza con Andrés o Celia como para ir a su casa. ¡Qué vergüenza! Joder, si es que solo tengo un sitio donde ir, la verdad.

- ¿Óscar? ¿Qué haces aquí? – me dijo Pablo, totalmente desubicado.

- Pues ya ves, que tu deseo se ha cumplido – y me eché a llorar. Pero a llorar real. No disimuladamente, no. ¡A LLORAR COMO SI NO HUBIERA UN MAÑANA! Pablo, al principio, no tenía muy claro qué hacer o cómo reaccionar. No lo culpo. Yo también me habría quedado flipando si llega alguien a mi puerta y se echa a llorar.

- ¿Qué pasa, Óscar? ¿Qué ha pasado? – dijo, con voz suave, y me cogió de las manos ayudándome a entrar. Os juro que se me doblaban las piernas como si fueran de mantequilla. Me costó la vida entrar. Es que era lo último, en serio, que quería: molestar a Pablo y a su madre.

- Es que... no sabía dónde ir... - admití, aún entre lágrimas.

- Pero, ¿qué ha pasado? Son más de las 10 de la noche.

- Mi padre, que me ha echado de casa – dije, casi sin respiración.

- ¿¡CÓMO!? – gritó.

- Pues eso, que me ha echado.

- ¿Y tu madre? ¿No ha dicho nada?

- Que diera una vuelta mientras ella hablaba con él – admití.- ¿Y yo qué hago ahora? ¿Me lo explicas?

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora