Capítulo 76

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El coche pegó un frenazo de la hostia y yo, que soy torpe de naturaleza (¿o se dice 'por naturaleza'?), solo fui capaz de dar un paso hacia atrás y me caí de culo en la acera, con el coche pasando a menos de dos centímetros de mi cara. Es decir, mi vida pasó ante mis ojos. Bueno, no. Es mentira. ¿Eso que dicen de que lo ves todo? Ni de coña. Yo no vi nada. No me dio tiempo. Me caí de culo. Simple y llanamente. Pero mi torpeza me salvó de la muerte. ¡Qué poético!

            El conductor bajó su ventanilla y empezó a gritarme de todo menos guapo y yo, pues con cara de imbécil, solo asentía e hiperventilaba. ¡Joder, que casi me atropella! ¡Podía tener un poquito de empatía! Vale, sí, había sido mi culpa pero yo qué sé. Estoy teniendo un día de mierda. ¿Qué quería? Después de un rato decidiendo que hacer, pensé que lo mejor era subir a mi casa y sentarme un rato a que se me pasara el susto, porque es que el corazón me iba a puto mil. ¡Si hasta se me había olvidado lo de mi padre! Bueno, no. No se me había olvidado, no.

            Volví a entrar en el portal y esta vez subí en ascensor, porque mira, no quería más sustos de última hora, que uno tiene 16 años, pero ¿eso me libra de no sufrir un infarto? NO LO CREO. Llegué a mi piso y, sin pensarlo dos veces, abrí la puerta y entré. Pero lo que vi, pues no me lo esperaba.

-¡Por fin llegas! ¿Dónde estabas?–dijo mi madre, que llevaba un plato de comida en la mano, directamente al comedor, donde había alguien más sentado.

-Ya sabes que tienes que llegar a la hora de cenar –espetó mi padre, que estaba de espaldas a mí.

-¿Qué hace él aquí? –dije a mi madre, furioso.

-¿Cómo dices? –respondió mi madre, descolocada.

-¡Qué hace él aquí! –grité, desbordado.

-¡No grites! –me replicó mi padre, y su voz retumbó entre las paredes, haciéndome callar al instante. –Deja de decir tonterías y siéntate a cenar.

-¿Mamá? –le dije, como pidiéndole ayuda con los ojos. Pero no me la daba. Solo me miraba confusa y extrañada.

-Cariño, deja la mochila en tu cuarto y ven a cenar, que tenemos mucho de lo que hablar –y, sin darme más explicaciones, se sentó a la mesa.

            Yo me quedé de pie en el salón, mirando la escena sin creérmela del todo. ¿Qué coño hacía mi padre aquí? ¿Estaba mi madre volviéndose loca? ¿Estaba yo volviéndome loco? Sin pensarlo mucho más, fui hasta mi dormitorio, arrastrando la mochila, y cuando entré, vi que estaban ya todas mis cosas colocadas.

-¡Mamá! –grité. -¿Qué hacen mis cosas aquí... ya?

-¡Es tu cuarto! ¿Dónde van a estar sino? –replicó desde el comedor.

            Joder. ¿Habría venido a Aurora a traerlas? ¿O las habría traido mi madre esta mañana? Si además, habíamos quedado en que no vendría aquí a vivir hasta la semana que viene. ¿Me estaban vacilando o qué? Me estaba empezando a poner muy nervioso. Tenía que hablar con Pablo. En estas situaciones, era el único que me calmaba. Cogí el teléfono pero estaba sin batería. Genial. Yo, como siempre, sin cargar el móvil cuando salgo de casa. Aunque ahora volvemos a ser vecinos, así que podía ir a verle así rápidamente. Sí, venga, que no pienso compartir techo con el gilipollas de mi padre. Sí, es que no hay otra forma de llamarle, ¿vale?           

            Salí de mi dormitorio y, sin que mis padres me vieran, abrí la puerta de la calle y salí en silencio. Joder, cuando se enteren mi va a caer la peta del siglo, pero mira, ya lidiaré con eso después. Ahora lo importante es ver a Pablo y, al menos, dar una vuelta con él y contarle lo que ha pasado. ¡Coño, le tengo que contar lo del vídeo viral! Pensar en eso hizo que me volviera a alegrar, aunque fuera un mínimo, y bajé a toda velocidad las escaleras, saltando de tres en tres los escalones, hasta que estuve a punto de resbalar y preferí parar y seguir bajando como una persona normal.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora