Capítulo 27

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Las que faltaban, o sea, de verdad ya ¿eh? Pero, ¿se puede saber qué mierdas quieren? ¿No me pueden dejar tranquilo ni dos segundos? ¿Ni dos pu... malditos segundos? Ainhoa me miró, como queriéndome decir que me quedara solo un rato para hablar o algo así. Mira, no.
- Qué - espeté.
Estaban incómodas y no dejaban de señalar con los ojos a Albert, Celia y Cris. Qué pretenden, ¿qué les eche? Estamos flipando, ¿no?
- No se van a ir - dije, lo más chulo que pude... que tampoco es que sea mucho.
- Qué tal - dijo Elena.
- Genial. ¿No me ves? Estupendo.
- Y no gracias a vosotras - añadió Albert. Mira, le amo muy fuerte.
- ¿Perdona? - respondió Elena.
- Qué queréis, chungas - dijo Cris, enseñando los dientes.
- Oye, tía, qué dices, que no nos conoces de nada - se enfrentó Elena, pero Ainhoa estaba ahí para calmar los nervios.
- Solo hemos venido a ver cómo estabas...
- Pues yo ya os lo he dicho.
- Pues muy bien - contesto Elena, seca como ella sola.
- Pues eso - respondí yo.
- Pues vale.
Vamos, como dos idiotas, ¿sabes? Bueno, ella más que yo. OBVIO.

- Bueno, que se han pasado un poco contigo, y nada, era para decírtelo, pero como estás un poco gilipollas, nada – dijo Ainhoa al fin.

- Ok – contesté lo más seco que pude. A ver, como las conozco, sé que estaban esperando una especie de reconciliación pero es que no, paso. Vamos, después de lo cabronas que habían sido. ¡Qué no! ¡Que me niego! ¡Llamadme rencoroso o lo que queráis!

            Las dos me lanzaron una última mirada y se fueron por donde habían venido. Y yo me quedé con mis nuevos amigos, que me estaban demostrando más en tres días que ellas en años. Joder.

- Es que menudo puto morro, joder. Me sacan del armario. No. ¡Me obligan a salir del armario y ahora que es que se han pasado! – chillé, fuera de mí.

- Uy, pues no te queda ni nada – dijo Albert.

- ¿Eh?

- Que vas a tener que salir del armario todos los días de tu vida, Óscar. No se sale una vez y ya. Hazte a la idea.

            Esa reflexión me estuvo persiguiendo el resto de la mañana. ¿Cómo que iba a tener que salir del armario durante el resto de mi vida? Si ya lo había hecho una vez. ¡Y obligado! ¡Ni siquiera pude elegir el momento con mis padres! Que a ver, que no tendría que haber un momento para eso, ¿vale? Pero lo hay, y como lo hay, quería haberlo elegido yo, coño. Pablo siguió sin aparecer por clases. Tampoco es que hiciéramos nada, ¿vale? Vamos, ver 'Los juegos del hambre' (aunque al menos la segunda parte, que es la buena), leer un libro de poemas y analizarlo, y volver a hablar sobre la fiesta de mañana, y escuchar (por décima vez) a Alba leyendo el discursito que dará delante de todo el instituto (y delante de nuestros padres). Vamos, para esto me quedo en casa. Pero cualquier sitio es mejor que mi casa en este momento.

            Al terminar las clases, me despedí de Albert, Cris y Celia y, cabizbajo y resignado (no es para menos), empecé a ir hacia casa, aunque bueno, realmente habíamos salido antes de lo previsto. ¿Y si...? ¿Y si me acercaba a casa de Pablo a ver por qué no había venido? Hacía un calor de la hostia. De este que te hace sudar, y se te pega todo al cuerpo, y es un asco, y si sudas la cantidad de sudor que sudo yo, más aún. Pero olía a verano. Ya. Ya sé que soy muy pesadito con el tema de los olores, y más aún con el del verano, pero mira, qué quieres, soy un tío que se fija en los detalles. ¿Tío? ¿Chico? ¿Niño? No sé ni cómo definirme. Pablo no me había escrito en toda la mañana. No me había contestado a nada. ¿Estaría enfadado? Oh, dios, ¿le habría castigado su madre también? Bueno, no era muy probable. No era muy probable nada pero con Pablo, todo era posible. Venga, me acerco a su casa. Total, así no tengo que discutir con mis padres tan pronto, ¿no? Giré por la primera calle que pude y, nada más girar, vi de reojo a... oh, mierda. Sí, me seguía alguien. ¿Quién? Ramón. No sé si iba solo o no. No me ha dado tiempo a verlo. Joder, joder, joder, joder, joder, joder. ¿Venía a por mí? Después de haber intentado vacilarme al principio del recreo, ahora que estábamos fuera querría intentar vengarse, o vete tú a saber. Mierda. A ver cómo me libraba de él, o de ellos. Disimuladamente, miré hacia atrás y vi que estaba más cerca, pero él solo. Uf, menos mal. A apretar el paso. Voy a acelerar un poco porque a ese ritmo, me alcanza. Joder, la calle estaba puto vacía. No había un alma. Coño. MECAGOENLAPUTA. Nadie. A saber quién me iba a defender. Joder, ¿por qué narices tengo que ir con miedo por la calle? ¿Por qué? ¿Por ser gay? ¿Por estar con otro tío? Es que no lo entiendo. ¿Qué mierdas le importa a Ramón quién me guste o me deje de gustar? ¿Me meto yo con él porque le gustan las tías? ¿Eh? ¡O a lo mejor le gustan los tíos! ¿Me meto yo con él por eso? ¿A qué no? Pues que me deje puto en paz, joder. ¿Y si me enfrento a él? A ver, es un bestia. También podría echar a correr y punto. Pero es que le tengo encima. O sea, noto que esta justo detrás. ¿Qué hago, qué hago, qué hago?

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora