Capítulo 41

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Cuando abrí los ojos por la mañana, me costó un poco situarme. ¿Nunca os ha pasado que tardáis como unos segundos en ser conscientes de dónde estáis... y vuestra mente piensa: 'que sí, que es tu cama', pero tú sabes que no lo es? ¿No? Vamos, que estoy de la olla. Gracias por recordármelo. El caso es que tardé un rato en ser consciente de que estaba en la cama de Albert, en el viaje del esquí... y con Pablo a mi lado. Yo estaba boca arriba. ¡Oh, joder, espero no haber roncado! Pablo me daba la espalda. Esa espalda tan perfecta, con esa camiseta negra, rota por la zona del cuello, seguramente de habérsela puesto demasiadas veces. Sé que os sonará raro pero os lo cuento igual: necesitaba olerle. Sí, joder, necesitaba oler su cuerpo por la mañana, ¿vale? Así que me giré hacia él y olisqueé todo lo que pude, y oye, era el mejor olor de la vida. Es que era el olor de Pablo. Un olor perfecto. Ay, me tiraría toda la mañana así.

- ¿Ya me estás oliendo otra vez? – dijo, sin siquiera moverse.

- ¿Yo? ¿Qué? – respondí, cortadísimo. ¿Cómo que otra vez? ¿Es que se dio cuenta que le olía la primera vez que dormimos juntos? ¡Obvio que sí, Óscar, ni disimular sabes ya!

- Tranqui, puedes seguir, yo voy a dormir cinco minutos más... - susurró, pero como arrastrando cada palabra que decía. Jo, quiero vivir el resto de mi vida con él. ¡Wow, sí que me he levantado a tope!

Pero tranquis, dejé de olerle, porque era raro, obvio. Empecé a escuchar su respiración, porque dormía con la boca abierta y el sonido que hacía llenaba toda la habitación, y lo que en un principio me calmaba, me empezaba a poner de los putos nervios. ¡No os penséis que me refiero a Pablo, no! ¡Su respiración es perfecta! No. Me refiero a que mi cerebro empezó a recordar lo que pasó ayer... bueno, el momento 'ducha' y eso. La verdad, no me había parado a pensar que ese vídeo podía estar ya en todos los móviles del insti. ¡Mi culo en todos los móviles del insti! Uf, madre mía. ¿Y si lo veían mis padres? Joder, joder, joder. ¡Joder! ¡Menuda vergüenza! Es que no voy a poder ni salir a la calle y...

- Duérmete, Óscar – me dijo Pablo mientras estiraba su brazo, me cogía, y me acercaba, para estar los dos cuerpo con cuerpo. Y oye, qué fácil lo hacía, qué rápido me calmaba. Ese era el superpoder de Pablo. ¿El mío? Rallarme como nadie.

Eso sí, al juntarnos se dio la vuelta, y nos quedamos mirándonos, frente a frente. Aunque a mí me daba un poco de vergüenza, ¿sabes? Yo qué sé, me acabo de despertar. No oleré precisamente a rosas. Pero a Pablo parecía darle igual. Abrió la boca, sacó su lengua y me lamió los labios.

- ¿Quieres que hagamos algo? – me preguntó y yo solo pude asentir. Me bajó los calzoncillos con sus pies (tío, qué ágil que es este chico) y, después de sonreírme con cara malvada, se metió bajo las sábanas.

Vale, Óscar, tranquilo. Algo va a hacer. Y supongo lo que va a hacer. Sí, es la primera vez que te lo hacen. Pero te va a gustar. Y te lo va a hacer Pablo. Así que... zas. De repente, mis pensamientos se detuvieron así, de golpe, como cuando vas andando por la calle mirando el móvil y de repente te chocas con una farola (decidme por favor que os ha pasado alguna vez). - Qué tal.

- Joder... - conseguí decir.

- Nunca lo había hecho.

- Gracias.

- No me des las gracias, Óscar, por dios – masculló.- ¿Nos levantamos?

- Claro.

Al salir de la habitación, nos encontramos con Albert, que estaba vistiéndose. Tenía una especie de marca en el costado, como una herida un tanto extraña.

- Buenos días.

- ¡Buenos días! – nos respondió.- ¿Habéis dormido bien?

- Sí, sí – contesté.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora