Capítulo 89

6.3K 616 782
                                    


La tarde la pasamos encerrados en su casa, revisando una a una todas las cosas que se tendría que llevar. Porque claro, a lo tonto se iba casi tres meses. Bueno, quizá exagero demasiado. Dos meses y una semana. Pero para mí siempre ha sido como un año de tiempo. Le ayudé a doblar sus camisetas, a meter sus pantalones y camisas, a guardar sus calzoncillos (sí, sus calzoncillos). De hecho, hasta le obligué a probarse distintos para ver qué tal le quedaban. A ver, qué queréis. Un poco de fantasía porno nunca viene mal, ¿no?

Pedimos comida china, vimos pelis y recordamos mil cosas que nos habían pasado al ir guardando todo en las dos maletas que se iba a llevar. Pero lo que únicao habíamos hecho aún era viajar juntos. Cuando volviera de Estados Unidos, era nuestro siguiente paso. Eso desde luego. Sí, habíamos ido al viaje de esquí, pero no es lo mismo ni de lejos, ya lo sabéis. Me habría gustado quedarme a dormir, pero oye, mi madre me había escrito varias veces que cuándo volvía a casa, que quería hablar conmigo. Y siempre que alguien me decía el "tenemos que hablar" nunca era para nada bueno.

-Oye, recuerda. Mañana no hagas planes. Eres mío todo el día –me dijo mientras nos despedíamos en su puerta.

-¿Todo el día?

-Todo el día –insistió y me besó.

-Pero, ¿qué vamos a hacer?

-A ver, Óscar... concepto sorpresa. ¿Recuerdas?

-Vale, vale. Pero es que las sorpresas no suelen gustarme mucho... -lamenté.

-Esta te va a gustar. O eso espero –sonrió, bromista y, después de darnos un último beso, cerró la puerta.

Iba a irme, os lo juro. No sé si es porque lo había visto en alguna película de estas románticas que tanto le gustaban a Aurora o qué sé yo, pero hice la cosa más ridícula del mundo. Me acerqué a la puerta y la abracé. Sí, a ver. Era como si estuviera abrazando a Pablo y-y-y su casa, y todo el concepto de... Vale, dejadme, ¿eh?

Entonces se abrió la puerta de golpe y claro, yo estaba apoyado, así que me caí contra Pablo, casí tirándolo al suelo.

-¿Qué haces? –preguntó, extrañado.

-¿Yo? Eh... ¿qué haces tú? –repliqué.

-Escuché un ruido y por eso abrí la puerta. ¿Qué hacías apoyado? –dijo, mirándome con cara inquisitiva.

-Nada, nada. Que pensé... que me habías llamado o algo así, pero ya veo que no.

-Mira que eres raro, Oski.

-Bueno, ya me conoces –respondí, encogiéndome de hombros y, aprovechando la pillada, se ofreció a bajar y a acompañarme hasta mi casa, con la excusa de tener que ir al super. Bueno, para que os riais de mí. ¡Mirad qué bien me había salido lo de abrazar la puerta! De haberme ido solo a casa a volver acompañado por Pablo. ¡Minipunto para mí!

Cuando llegué a casa, mi madre estaba haciendo la cena y claro, pues como que me supo mal decirle que ya había zampado en casa de Pablo así que decidí callar y volver a comer. Sí, yo aguanto todo lo que me echen. Tengo mucho apetito siempre, ¿vale? Pero claro, después de comer chino, como que cuesta comer algo más, así que cené lo justo, y mi madre preocupada pensando que me pasaba algo.

-Te veo preocupado, cariño.

-No, no, es que... uf, estoy llenísimo.

-Pero si no has comido nada –y llevaba toda la razón.

-Ya, no sé. Últimamente me lleno super rápido –respondí con rapidez.

-Quería hablar contigo del verano, Óscar –me dijo mientras se levantaba y se llevaba los platos. –¿Tú qué quieres hacer este verano? –me grito desde la cocina.

Alguien para tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora