CAPÍTULO 12

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Tras comer el helado y lavarme los dientes cogí la mochila con los libros necesarios y me dirigí hacia la casa de mi primo. Quedaba bastante lejos de la mía por lo que tuve que coger el bus.

En media hora llegué. Su casa era un adosado muy moderno que habían reformado hacía relativamente poco tiempo. Parecía pequeño por fuera pero por dentro era enorme. Además, tenía piscina en el jardín.

Piqué al timbre y unos segundos más tarde, mi tía Emma me abrió la puerta.

– Hola cariño, ¿cómo estás? – se acercó a mí y me dio un beso en el pelo.

– Muy bien, ¿y tú? – pregunté.

Iba vestida con la ropa de trabajo y llevaba el bolso en la mano.

– Bien, ya sabes. Con prisas, como siempre – se echó a un lado para que pasase y así lo hice.

Ella cogió las llaves y la chaqueta.

– Marcho ahora al trabajo. Tenéis galletas en el bote de siempre. Espero que dé para los tres. Me voy, que lo paséis bien... ¡Y estudiad mucho! – dijo saliendo por la puerta.

– Vale. ¡Adiós! – me despedí sonriendo y cerré la puerta.

Entonces me di cuenta de un detalle muy importante. ¿A qué se refería con lo de "espero que dé para los tres"?

– ¡¿Thom?! – pregunté en voz alta y mi voz resonó por toda la casa haciendo eco.

– ¡Arriba! – respondió él.

Dejé el abrigo abajo y subí las escaleras con la mochila colgada a la espalda. Al entrar en su habitación, por poco no salgo corriendo.

– ¿Qué haces tú aquí? – fue lo primero que pude decir.

Thomas levantó enseguida la vista alarmado. Se levantó de la cama, donde estaba tumbado y se acercó lentamente a mí con las manos por delante.

– Te lo puedo explicar, Val.

– Ya estás tardando.

Cristian sonreía de oreja a oreja. Estaba segurísima de que estaba disfrutando de mi gran momento de confusión y asombro. ¿Qué hacía él allí? ¿Acaso Cristian y Thomas eran amigos? Porque nunca los había visto juntos. De ahí al hecho de que hace cuatro días no sabía de la existencia de Cristian.

– Bueno... Recuerdas que te dije que me ibas a ayudar con mates porque estaba a punto de suspender, ¿verdad? – asentí lentamente – Pues resulta que Cristian tampoco se le dan muy bien por lo que pensé que...

– Frena – él se calló – Quieres que os dé clases. A los dos – dije más como una afirmación que una pregunta.

– Sí – respondió mi primo tras unos segundos en silencio.

¿Qué clase de chiste era aquel?

– Rotundamente no – respondí firme.

Lo que no acababa de entender era por qué Cristian había venido allí para que le ayudara con las mates sabiendo perfectamente que nuestra relación es "especial".

– Me dijeron que eras maja, Valeria, algo que no me creí, pero tenía una pizca de esperanza de que tuvieras un gran corazón y de que tuvieras algo de empatía conmigo – habló Cristian desde la silla con un tono de superioridad.

– ¿Me estás vacilando?

– Claro que no. Hablé con Thomas y me dijo que tú podrías ayudarme.

– Enserio chicos, que no es para tanto – la tensión se veía a plena vista – Solo serán un par de semanas, hasta que llegue el día del examen – Thomas intentó relajar el ambiente.

– Tú también me estás vacilando – le dije.

– Que no – insistió – Ambos sabemos que se te dan bien. ¿Por qué te cuesta tanto aceptar?

– Porque está él aquí – señalé al rubio con la mano.

Él sonrió de lado y algo se me clavó en el estómago. Aparté rápido la mirada. ¿Por qué me había pasado eso?

– Mirad. No sé ni desde cuando os conocéis ni desde cuando tenéis esta maravillosa relación – intervino Thomas a punto de perder los nervios – Pero lo que si sé es que vais a dejar lo vuestro a un lado y mientras estéis en esta casa os vais a comportar como personas normales. ¿Entendido?

– Thomas, que no eres mi padre – le dije con el ceño fruncido.

– ¿Entendido? – recalcó más la palabra con las cejas elevadas y mirándonos a los dos alternativamente.

Hubo un silencio increíble en la habitación durante unos cuantos segundos.

Miré a Cristian el cual se rascaba la frente disimuladamente esperando a que yo dijera la primera palabra.

En lo que menos pensaba yo en aquel momento era en tener que estar todos los días después del instituto con ese chico. ¿Por qué no Álvaro? ¡O incluso Diego! Ambos me caen mejor que Cristian, ¡y me tratan mejor que él! Pero aquello era la realidad y ahora tenía que enfrentarme a ella.

No tenía otra opción.

– Nada de tonterías – le advertí a Cristian muy seria.

Él levantó las manos en signo de inocencia.

– Está bien – suspiré – Sacar los libros.

– No los traje – contestó el mismo y me di con la palma en la frente.

Enseguida me di cuenta de una cosa: acababa de entrar en una montaña rusa de la que me sería muy difícil bajarme.

Mi Mejor Enemigo #MME3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora