CAPÍTULO 24

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Llegué a casa y comí en silencio mirando por la ventana como solía hacer de costumbre. Cuando iba por el postre, mi madre entró en la cocina con la cesta de la ropa sucia en la mano. Se agachó, abrió la lavadora y comenzó a meter la ropa. Estaba distraída viendo a la gente de la calle pasar cuando me llamó la atención.

– Ey, Val – giré la cabeza para mirarla – ¿Esta camiseta es tuya? – casi me atraganto con el yogurt.

Era la camiseta que Álvaro me había prestado.

– Mmm no – intentaba buscar una mentira. Si le decía que era de Álvaro puede que se pusiera de los nervios y me hiciera un interrogatorio al completo, con las luces apagadas y una lámpara apuntándome directamente a la cara – Es de Álex. Se la dejó el otro día aquí.

Me miró, volvió a mirar la camiseta y después a mí.

– Sí, es un poco desastre – disimulé con una sonrisa.

– Se lo has debido de contagiar tú, hija – lanzó la camiseta al interior de la lavadora y acabó de meter el resto de la ropa. Solté un leve suspiro.

Menos mal que no me preguntó por qué Álex se había dejado una camiseta en mi habitación.

Hoy no había vuelto a casa con él. No hacía falta decir que cada uno iba por un lado. Estaba claro. Llevábamos todo el día sin hablar. Sí habíamos discutido varias veces, pero no recuerdo haber estado tanto sin dirigirnos la palabra.

Recogí lo que ensucié y me dirigí al salón.

– ¿Qué tal el examen de biología? – preguntó mi madre sentándose en la mesa del comedor frente al ordenador y múltiples papeles y carpetas del trabajo.

– Bien, nada de lo que preocuparse – me senté en el sofá al lado de Liam y puse la tele. Él estaba jugando con su consola – ¿Y tú que, Liam? ¿Has tenido algún examen?

– No, pero la semana que viene tengo dos – dijo pulsando frenéticamente los botones de la nintendo.

– ¿Y qué haces aquí jugando? ¿No deberías estar estudiando? – me encantaba picarle.

– ¿Y tú? No soy yo el que está en cuarto de la ESO – pero más le gustaba vacilarme él a mí.

– Vaya zasca, Val. Que te sirva de lección – comentó mi madre por detrás nuestro.

La miré mal y ella sonrió. Adoba a mi familia. Me hacían sentir mejor sin la necesidad de saber que llevaba un día de perros.

Vi un rato la tele hasta que llegó la hora de ir a la academia. Me despedí de mi hermano y de mi madre y cogí el bus hasta mi destino. Allí ya me estaba esperando Melissa.

– ¿Que tal, mi niña? ¿Estás preparada? – dijo mientras entrábamos en el pasillo. Hoy estaba más tranquilo. Sería porque era viernes y había menos clases.

– Claro.

Nos dirigimos hasta su clase. Verónica ya estaba sentada delante del piano.

– Hola – me saludó con una sonrisa.

Le sonreí como respuesta y me senté al lado de ella. Olía a lavanda. Llevaba puestos unos vaqueros ajustados y un jersey pardo con rayas blancas. El pelo lo llevaba suelto y listo, como solía llevarlo cada día a clase.

– Tengo varias ideas – comenzó a hablar Verónica – Podríamos hacer varias canciones juntas y luego cantar cada una por separado.

– Espera – la detuve – ¿Quieres que cantemos solas? ¿Cada una una canción? ¿Solas? – repetí.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now