CAPÍTULO 46

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– ¿Podemos... parar... un momen....to? – pregunté a punto de morirme.

Cristian gruñó y frenó en seco. Yo hice lo mismo y me doblé apoyándome en mis rodillas. El aire no llegaba a mis pulmones.

– Valeria. Hemos corrido doscientos metros – me dijo como si no lo supiera.

– ¡Ya lo sé! – exclamé frustrada soltando todo el aire que me quedaba – Solo... dame un segundo – dije y decidí sentarme en el suelo.

Cristian puso los ojos en blanco.

– Así no vamos a acabar en la vida – comentó claramente molesto.

– Pues no si me llevas a este ritmo – dije para después respirar hondo.

– Por dios, Valeria. Si hasta un caracol va más rápido que tú.

– ¿Quieres callarte?. Siento no ser un puto nadador olímpico que tenga unos putos pulmones de hierro... Joder – dije volviendo a intentar recuperar el aire.

Cristian soltó un suspiro.

– Está bien – se rascó la frente mirando al suelo – Iremos más despacio.

– ¡Gracias! – exclamé abriendo mucho los ojos como si eso es lo que tuviera que haber dicho antes de empezar a correr.

– Vamos. La baliza está al final del camino – dijo teniéndome una mano para ayudar a levantarme.

Me sorprendí. Miré su mano, luego a él y después otra vez a su mano. Me estaba ofreciendo su ayuda. Me lo pensé un instante, pero de repente me sentí muy cansada y mejor tener una ayuda para levantarme que parecer una abuela de 80 años con un implante en la cadera.

Así que acepté su ayuda y tiró de mí tan fuerte que por poco no salgo volando. Para mi sorpresa, su mano estaba suave y no áspera como creía.

¿Por qué narices te fijas en esas cosas, Val?

¿Y por qué no?

Entonces, sin esperar a nada, se dio la vuelta y comenzó a correr de nuevo. Solté un gran suspiro e intenté seguirle el ritmo.

Esta vez sí que bajó la intensidad pero no la que a mí me gustaría. No obstante, sabía que si le decía algo más me cogería y me tiraría al río que fluía paralelo al camino que recorríamos, así que decidí callarme.

Corrimos hasta llegar al punto que marcaba el mapa. No fue difícil encontrar la baliza. Se encontraba detrás de una fuente. Me llegaba por debajo de la rodilla y era de un naranja fluorescente que no pasaba desapercibida. Me acerqué a ella y busqué la pinza que contenía el pincho y con la que tenía que marcar la hoja.

– Cuidado. Hazlo bien – dijo Cristian.

Ese día estaba demasiado bromista conmigo.

– Idiota – gruñí de cuclillas buscando la pinza.

La encontré, la presioné en el papel y en este aparecieron tres agujeros perfectamente alineados.

– Genial. Solo quedan 14 más.

– Sí, genial – dije irónicamente.

Ya estaba cansada e irritada. Y no habían pasado ni diez minutos.

Seguimos corriendo de aquí para allá. Nos cruzábamos continuamente con los de nuestro curso y a veces coincidíamos con una pareja en alguna baliza. Poco a poco, le fui cogiendo el gusto, a pesar de las múltiples discusiones que teníamos Cristian y yo por cosas ridículas. A veces las causaba yo y a veces él. Digamos que ambos nos poníamos de los nervios mutuamente.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now