CAPÍTULO 31

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Al día siguiente teníamos otra comida familiar. Esta vez era en mi casa. Hice deberes hasta que decidí salir un rato de la cueva y ver qué estaban preparando de comer.

– Val, ¿has limpiado tú habitación? – me preguntó mi madre en cuanto entré en la cocina.

– No.

– Pues ya estás tardando.

– ¿Acaso la comida va a ser en mi habitación? – elevé las cejas mientras cogía un trozo de queso – No, pues no hace falta.

Mi madre me miró. Si las miradas matasen, ya estaría muerta.

– Deja de comer y ayuda en algo – dijo y yo puse los ojos en blanco.

Cuando mi madre estaba estresada o tenía prisa por hacer o ir a algún sitio se comportaba muy borde con todos nosotros, pero no nos afectaba porque estábamos ya acostumbrados. En parte, la entendía porque muchas veces yo era así.

– Si, si. Ya voy...

– ¡Y cámbiate! No te quiero ver más en pijama – gritó mientras yo salía de la cocina en dirección al salón.

Solté un gran suspiro. Estaba esclavizada en mi propia casa. Como si mi vida no fuera lo suficientemente difícil ya.

No tenía noticias de Álvaro y me estaba empezando a preocupar. ¿Y si le había pasado algo? No era normal que alguien estuviera tantos días desconectado del mundo. Tampoco había colgado nada en sus redes sociales. Estaba muy preocupada.

Esta noche había dormido muy poco. No paraba de pensar en Cristian. Cuando se había acercado a mí y me había hablado a tan solo unos centímetros, sentí algo extraño. Noté el miedo, pero no en su gran parte. Había algo más... Sus ojos, tenían algo especial, algo que me recordaba al pasado, pero no era capaz de averiguar el que. Casi me estalla la cabeza de tanto pensar.

Entré en el salón. Allí estaba mi padre y mi hermano en el sofá viendo la tele.

– Anda, Val. Coloca los cubiertos – habló mi padre sin despegar la mirada de la tele.

– Osea, que la que tiene que estudiar como una cerda y sacarse la ESO para poder hacer Bachillerato sin ninguna pendiente y entrar en la universidad que quiera para conseguir el trabajo de sus sueños y poder dar de comer a su futura familia tiene que poner la mesa mientras el que tiene un trabajo fijo y el que está en el colegio de jijis y de jajas ven la tele tan tranquilos – hice una pequeña pausa y me puse las manos en las caderas – Manda huevos.

– ¡Esa boca! – exclamó Liam – Yo la castigaba.

Mi padre miró a mi hermano unos segundos y después asintió.

– Tienes razón, cielo. Si pones la mesa te doy dinero.

– ¿De cuanto estamos hablando? – arqueé una ceja y me apoyé en el respaldo del sofá con los brazos cruzados.

Este tipo de sobornos eran comunes en mi familia.

– Mmm, cinco euros.

– Que sean diez – se lo pensó unos segundos.

– Trato hecho.

Estreché la mano con él y acabé de colocar la mesa. Qué ingenuo, me va a dar diez euros por un minuto de trabajo.

¿Te recuerdo que eras tú la que hace unos segundos se estaba quejando por poner unos cuantos tenedores y cuchillos?

Cállate, la cosa no va contigo.

Me preparé y a la media hora llamaron al timbre. Fui a abrir. Me topé con la preciosa cara de mi tía Alba. Me lancé a sus brazos. Hacía meses que no la veía.

Mi Mejor Enemigo #MME3Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora