CAPÍTULO 72

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A la mañana siguiente, por un momento no pensé en nada. Me quedé en la cama a oscuras mirando a través de la oscuridad a ver si descubría algo nuevo. Y por un instante, sentí paz.

No obstante, no duró mucho. Me levanté y tras desayunar salí a buscar una tienda. Esta vez, no vi ni a nadie ni nada fuera de lo normal lo que me hizo sentir un poco más a salvo. Le compré una funda para la nintendo porque la que tenía estaba entera gastada de tanto usarla y, además de eso, encontré una tarta de chocolate como la que siempre comíamos en su cumple.

Al volver a casa, Liam seguía durmiendo. Preparé todo e intenté hacerle unas tortitas que fracasaron. Entre que no estaba centrada y no era muy buena cocinera, me resultó imposible.

Cuando se levantó, le recibí con un abrazo muy grande y un gran feliz cumpeeaños. No tenía ganas de celebraciones, pero por él daría lo mejor de mí.

Su cara de sorpresa cuando abrió mi regalo fue monumental, lo que me hizo sentir muy bien. Y cuando vio la tarta fue la guinda del pastel.

– Pide un deseo – le dije antes de que soplara las velas y tras cantarle el cumpleaños feliz.

Él se me quedó mirando.

– Quiero una nintendo nueva – dijo y yo puse los ojos en blanco – ¿Qué pasa?

– Pensé que ibas a decir algo más profundo – expliqué como si fuera obvio – No sé... algo como estar con tu familia para siempre o que tus mejores amigos siempre sean tus mejores amigos...

– Oye, Val. Que solo tengo diez años – contestó y yo abrí la boca ofendida.

– Osea. Que eres lo suficientemente mayor como para entender cosas de adultos y no para pedir deseos – él se comenzó a reír malvadamente y yo solté una leve carcajada.

– Son cosas diferentes – hizo una breve pausa y apagó las diez velas de un soplido – Pero es verdad. Te quiero en mi vida para siempre. A ti, a mamá y a papá.

Sin prevenirlo, mis ojos se me llenaron de lágrimas. Rápidamente, le abracé para ocultar mis ojos cristalizados. Aquel niño era lo mejor que me había pasado en ma vida. A veces era tan pesado y otras tan cariñoso... No había persona a la que quisiera del mismo modo que le quería a él. Ni la había ni la habría nunca.

Comimos hasta que nos hartamos de tarta y de alguna forma el chocolate mejoró mi estado de ánimo.

Hacia las cuatro y media salimos de casa y cogimos un autobús hasta el centro comercial. Allí Liam celebraría el cumple con sus amigos y mi madre me obligó ir para vigilarlos. Para mi gran suerte, estaría rodeada de un montón de niños de diez años toda la tarde. No podía tener un plan mejor.

Al llegar, entregamos el ticket de reserva y cuando todos los amigos de Liam habían llegado, entramos. Me ofendió muchísimo que los padres me preguntaran si quería que se quedase alguno de ellos por si acaso pasaba algo. Vale que no sea la más responsable de este planeta, pero se podrían fiar de mí un poco más. Que no era tan difícil ver como unos niños saltan y daban volteretas en un sitio lleno de cosas de gomaespuma. Abrir la cabeza no se la iban a abrir o eso esperaba.

Mientras todos jugaban y corrían por el local, yo me senté en un banco mientras observaba a los niños y a todos los regalos sin abrir que me rodeaban. Me apeteció abrirlos uno a uno porque no tenía otra cosa que hacer, pero no sería ni ético ni moral. Así que me centré en los niños. A la mayoría les conocía, pero hubo un niño en cuestión que me llamó especialmente la atención. Entrecerré los ojos para fijarme más en él y tras un rato pensando, caí en la cuenta de que se trataba de aquel niño que vi en su día bajarse de la moto de Cristian en el campo de fútbol.

Mi Mejor Enemigo #MME3Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora