CAPÍTULO 78

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Álvaro me agarró de la mano y tiró de mí hacia el interior de aquel palacio. Dejamos atrás a todos los invitados y nos sumergimos en las inmensidades de aquel lugar.

Las puertas estaban abiertas de par en par y al entrar, una enorme lámpara de araña con cristales pequeños nos dio la bienvenida. Me quedé embobada observándolos mientras Álvaro me guiaba por las entrañas de la casa. Las paredes estaban pintadas de un beige muy elegante y el suelo estaba formado por baldosas blancas cubiertas por una interminable alfombra granate. Todo estaba iluminado por unas preciosas lámparas en las paredes imitando a los castillos del siglo XIX y las puertas llegaban hasta el techo.

Pude ver muchísimas personas yendo de un lado a otro preparando todo para el banquete de por la noche. Tanto las chicas como los chicos iban vestidos con un traje negro formado por pantalones, camisa y chaleco. Muchos se tuvieron que apartar para evitar que les atropelláramos.

– ¡¿A dónde vamos?! – pregunté sin disimular la adrenalina que había comenzado a sentir.

– No tengo ni idea.

Aquello era laberíntico. Todo era igual de bonito, pero idéntico. Encontramos unas escaleras que parecían del personal y las subimos. Como yo tardaba mucho por los tacones y el vestido, Álvaro decidió cogerme cual saco de patatas y llevarme durante un buen rato.

– ¡Álvaro! – grité riéndome – ¡Bájame ahora mismo!

Él río también y acabó de subir las escaleras. Mientras golpeaba su espalda levemente con mi puño, pude ver que habíamos entrado en un pasillo igual a los demás pero más ancho e iluminado completamente por la luz del exterior que penetraba a través de las ventanas.

Álvaro dio unas vueltas sobre él mismo. Me estaba mareando pero me gustaba aquella sensación, la de no poder parar de reírme. Finalmente, el chico me bajó y con la respiración agitada por el esfuerzo me cogió la cara entre sus manos y me miró a los ojos.

– Me encanta cuando dices mi nombre – dijo y me robó un beso para después salir corriendo otra vez por el pasillo.

Sentí un puñetazo en el estómago de culpabilidad. Este chico no dejaba de hacerme volar para que luego soltara algo y me dejara caer en picado. Me sentía un poco mal, pero no era nada comparado con otros casos. Aquello era diferente y no sabía por qué.

– ¡Álvaro! ¡Para! – le grité sin moverme, pero el siguió trotando sin escucharme.

Solté un bufido y caminé lo más rápido que me permitían mis zapatos. Él llegó al final y en vez de girar hacia la derecha hacia el siguiente pasillo, abrió las puertas dobles que había frente a él.

Las atravesó y yo llegué unos segundos más tarde. Me quedé en la puerta observando lo maravilloso que era aquella sala.

Parecía un salón para celebrar bodas en el caso de que fuera hiciera un mal día. Era cuatro veces más grande que mi piso. Se trataba de un perfecto cuadrado formado por baldosas marrones y papel de pared blanco decorado con pequeños ramos de rosas. A la derecha, había una alargada barra de bar y al fondo un montón de mesas y sillas apiladas. Por último, del techo colgaba una lámpara igual de preciosa que la que había en la entrada, pero un poco más grande.

Álvaro se paró en el centro, me tendió una mano y se inclinó un poco hacia delante haciendo una leve reverencia.

– ¿Me concede este baile, princesa? – me preguntó elevado la cabeza para coincidir con mi mirada.

Reprimí una sonrisa mordiéndome el labio inferior y caminé hasta su altura. Él me cogió la mano, depositó un suave beso sobre ella y me rodeó con sus brazos a la altura de la cintura. Pasé los míos por su hombros y nuestros cuerpos se pegaron. Nos comenzamos a mover lentamente al ritmo de la música de fuera que se oía un poco amortiguada. Apoyé mi frente sobre la suya y cerré los ojos.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now