CAPÍTULO 50

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– Cristian – le llamé tras haber dado unos cuantos pasos en busca de la primera baliza de ese mapa. Él se giró para mirarme – ¿Has visto a Álvaro?

Me acababa de dar cuenta de que cuando habíamos vuelto a la zona de mesas, él no estaba y Verónica tampoco.

Cristian bajó la vista y se quedó mirando al suelo unos segundos antes de responder.

– No, no le vi – frunció los labios – Pero si quieres que le busquemos y así puedas contarle...

– No – le interrumpí. Por alguna razón, explicarle todo lo que me estaba pasando a Álvaro me pareció la peor idea del mundo. Sabía que era mi novio, pero sentí que ni él ni ni nadie debía enterarse, por lo menos de momento – No quiero que se lo cuentes a nadie, ¿vale?

– Y entonces, ¿cómo piensas solucionarlo? – puse los ojos en blanco. Otra vez con las dichosas preguntas.

– No lo sé, Cristian. Déjalo, ¿quieres? No quiero pensar en eso ahora – dije y comencé a caminar dando por finalizada la conversación.

No obstante, el chico me alcanzó en una zancada, me agarró del brazo y me hizo volverme hacia él. Le miré con el ceño fruncido.

– No pasa nada si no me quieres contar todo con detalles – hizo una pequeña pausa pensándose en si seguir hablando o callarse – Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo – añadió finalmente con un tono de voz suave, casi en un susurro.

Sentí como si alguien me diera un puñetazo en el estómago. Sinceramente, esperaba de todo menos eso. El propio Cristian Gutiérrez me había ofrecido su ayuda. Por un momento sentí como todas su vaciladas, su aire de arrogante e incluso lo que había pasado en el centro comercial hubiera desaparecido y solo quedara un sencillo chico dispuesto a apoyarme.

Me lo quedé mirando más de la cuenta, pero a él no pareció molestarle. Le examiné el rostro y volví a caer en el vacío de sus ojos, aquellos agujeros negros que lo único que sabia guardaban eran secretos.

Sacudí ligeramente la cabeza para intentar salir de mi trance.

– Gracias – dije con apenas un hilo de voz.

Me deshice de su agarre y seguimos nuestro camino sin intercambiar ninguna palabra más.

Llevábamos cuatro balizas apuntadas cuando llegamos a la quinta. Se encontraba entre las ramas de un árbol. Sin embargo, este estaba a unos metros de un muro de un metro y medio de altura que nos separaba de un agujero enorme. Buscamos una manera de bajar al hoyo para poder trepar por el árbol y marcar el papel, pero no encontramos ningún camino.

– No hay por donde entrar – comenté mientras asomaba medio cuerpo por encima del muro – ¿Qué hacemos?

– No podemos saltar el muro, no tendríamos manera de subir de vuelta – dijo Cristian situándose a mi lado.

– ¿Y por qué narices el profesor pondría una baliza ahí si no podemos llegar? – fruncí el ceño – ¿Y cómo llegaría a ponerla?

– Orientación es una actividad de cooperación, ¿no? – me miró y asentí – Vale. Súbete al muro e inclínate hacia el árbol.

– ¿Estás loco? Es una caída de cuatro metros. Me abriría la cabeza.

– No si yo te sujeto.

Abrí la boca para replicarle su propuesta pero volví a cerrarla. Lo pensé mejor y esa era la única manera de llegar a la baliza.

– Vale, pero ¿por qué me tengo que subir yo? ¿No puedo quedarme aquí con los pies en la tierra?

– No podrías conmigo. Soy mucho más grande. Además, prefiero no depender de ti en algo así – abrí la boca muy ofendida.

Mi Mejor Enemigo #MME3Where stories live. Discover now