CAPÍTULO 6

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Diez de la mañana.

Aún no había caído el medio día y yo ya estaba muerta de aburrimiento, mirando una pequeña mancha en techo de la sala; era triste y solitaria, como yo.

La casa de la abuela solía ser uno de mis lugares favoritos, aunque ella jamás había sido como las abuelas de la televisión; ella era más aburrida y siempre estaba enojada. La única razón por la que amaba aquella casa era porque siempre que íbamos mi papi era completamente mío de la noche a la mañana a excepción de los ratos en que discutía con mi mamá.

Hacíamos galletas, íbamos a mi cuarto secreto que él mismo construyó, cuando la nieve caía del cielo salíamos a jugar con ella hasta que nuestros labios de tornaban morados y después de bañarnos veíamos películas toda la tarde bebiendo chocolate caliente junto a las brasas de la chimenea. Era perfecto.

Pero él se había ido hace tiempo y no había vuelto, mamá dijo algo sobre que había muerto pero no sabía qué era eso y mi amiga Celia tampoco. Supongo que era uno de esos viajes de negocios a los que iba y después regresaba con muchos regalos; pero había tardado demasiado y comenzaba a extrañarlo cada día más.

Ahora los días eran aburridos: la abuela a veces lloraba en su habitación o se iba a trabajar y mamá... no sé a dónde iba, sólo veía por la ventana a hombres que venían en sus lujosos coches por ella y no regresaba hasta que yo estaba dormida.

Nicholas solía jugar conmigo y llevarme a comer donas, pero se había enfermado al igual que mi nana Linda; así que oficialmente no tenía nada que hacer o quién molestar.

— ¡Nana, saldré a jugar a la nieve! — grite mientras tomaba mi abrigo del perchero.

— Bien, ponte gorro y guantes — respondió desde la cocina — te avisaré cuando el almuerzo está listo —

Me vestí rápidamente antes de salir al patio, el único lugar en el exterior en el que había estado desde que la escuela había terminado.

Era injusto, Celia se había ido con su familia a Grecia un lugar muy muy lejos de aquí donde hombre y mujeres se vestían con algo parecido a las sábanas y se ponía ramitas con hojas en las cabezas. Lo sé porque lo investigue en uno de los libros viejos que mi abuela guardaba en su biblioteca.

Arrastre mis pies sobre la espesa nieve mientras recolectaba ésta para crear a Sullivan, mi nuevo mejor amigo.

— Bien, tal vez la gente diga que eres extraño pero para mi seras hermoso Sullivan — dije mirando al muñeco de nieve que estaba frente a mi.

Puede que haya subestimado mi fuerza y al momento de poner la segunda bola para formar la cabeza de mi ahora mejor amigo ésta se hubiera roto un poco quedando en una media luna. Igual era perfecto, con sus ojitos hechos por unas rocas grises que tome de una de las macetas de la abuela, con mi bufanda y gorro.

— Bueno... tal vez también te digan que no puedas respirar — dije ladeando mi cabeza mientras reparaba en que había olvidado la nariz.

— Le falta nariz — una voz suave tronó en mis oídos llamando mi atención.

Gire mi cabeza en dirección a donde el sonido provenía y ahogue un pequeño grito.

Un niño que parecía ser de mi edad estaba asomado por la cerca del patio, parecía sacado de un cuento de hadas, era justo como describen a los príncipes: ojos azules como dos gemas, piel blanca, cabello rubio y ondulado que caía sobre su rostro.

Era lindo, muy lindo.

— ¿Quieres la nariz o vas a seguir mirándome como chango en zoológico? — preguntó con el ceño fruncido mientras levantaba la zanahoria entre sus manos.

RAMÉ ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora