CAPÍTULO 55

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— Me despiertas

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— Me despiertas.

Los balbuceos de Nathy pidiéndome que no fuera a olvidar levantarlo cuando los faros de la camioneta iluminaran la calle bajo la lluvia torrencial que azotaba la ciudad, se fue apagando poco a podo. Dejando sus ronquidos como música de fondo.

Acaricie sus rizos hasta que su rostro se relajo mientras su cuerpo caía rendido ante el cansancio, dejándome libre de cualquier armadura que pretendía tener.

Me levanté lentamente, rogando por que los cachos que aún conformaban mi corazón se quedarán ahí; pendiendo de un hilo, y que no cayeran. Al menos no hasta que me alejara lo suficiente como para que el pequeño remolino que descansaba en mi cama, entre cobijas y almohadas, no pudiera escucharme.

¿Alguien podría?

¿Serían capaz de escuchar mi corazón quebrarse ante el dolor y el eco en mi mente que me cuestionaba si esta vez podría seguir? Si podría recuperarme.

Camine hasta el armario, estirándome lo suficiente como para poder alcanzar los cajones que estaban en la parte superior de éste. Hasta que mis piernas cosquillearon, las puntas de mis pies dolieron y mis fosas nasales fueron inundadas por el aroma familiar.

Huí en medio de la oscuridad hacia el baño, desmoronandome con cada paso. Sintiendo como era consumida por algo más terrible que el dolor; por la sensación de haber perdido una guerra que ni siquiera sabía que estaba peleando.

Y cuando la puerta se cerró, y el clic del pestillo hizo eco en mis oídos deje que las lágrimas corrieran como ríos salvajes listos para derribar cualquier obstáculo.

Quite mi ropa con cuidado, apreciando la silueta de mi cuerpo con un par de semanas más de embarazo antes de cubrirme con la camisa negra. Sintiendo las caricias en mi vientre como respuesta al tormento.

El frío se coló hasta los huesos cuando me senté sobre el suelo, aferrándome a los estragos de mis fortalezas y la pequeña parte de mí que aún no podía procesar todo.

¿Cómo iba a hacer esto?

Estaba sola, en un apartamento en medio de una ciudad a la que años atrás  había llegado huyendo del destino imperfecto que me esperaba en medio de joyas y autos caros. Entre las calles que murmuraban la historia de una niña perdida que había encontrado algo más valioso que una mina de oro; en medio de lo que llamaba hogar con dos motivos de su alegría. Pero sin un tercero.

Estaba sola y él no estaba aquí.

No había sido el único en jurarme que se quedaría, que si había que saltar por el vacío él lo haría. Pero si al primero que le creí, y ni siquiera necesité la mención de algún ser omnipotente en medio de una promesa porque sabía que no mentía.

Aún le creía.

Pero no podía ignorar que estaba en el vació con el mundo cayéndose a cachos encima, sin saber si huir de la ciudad o del planeta serían suficiente para apagar el incendio que iniciaba el dolor en mi interior.

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