LA PRINCESA DE LAS ROSAS (Capítulo 3)

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Aún no logro entender como fue que los policías dejaron que me fuera a casa con mamá después de que fueron testigos de la forma en la que me trató, después de salir de esa comandancia de policía, el infierno se abriría para mí, y nadie, absolutamente nadie podría sacarme de ahí, al menos no en un tiempo.

Llegamos a casa y entonces mi mundo cambió, nada volvió a ser como antes, pareciera que a mamá la cambiaron por otra, me odiaba, ella en verdad me odiaba.

—A partir de hoy serás la criada de esta casa, harás absolutamente todo, limpiar, lavar, cocinar, ¡todo!— bociferó mamá.

—Mamá, no podés hacerme esto, lo que el pastor Kendhell me hacía no era mi culpa, yo no lo provoqué, ¿has pensando cómo me siento? ¿Has pensado el miedo que siento antes de dormir? ¡Te necesito mamá! Necesito tus abrazos, tus mimos, sos lo único que tengo— supliqué; entre lágrimas, mientras la abrazaba.

—Quítate de aquí Larislava, no me toques, no quiero verte, me das asco, vos me quitaste al único hombre que he amado y me amaba— gritó mientras me aventaba al suelo.

—Mamita por favor, yo te quiero, no me desprecies así—

—De haber sabido el monstruo que iba a tener, te hubiese abortado— gritó.

Sentí sus palabras entrar por mi pecho, atravesando directamente el corazón, y quedándose ahí como trozos de vidrio, pero lo que más dolió fue ver el odio con el que me veía, si Dios en verdad existía, ¿dónde estaba en este momento? Ya me habían quitado mi inocencia a base de abusos, no quería perder a mi madre en medio del odio y el desperdicio, ¡Dios mío apiadate de mí!

Me dejó ahí tirada en el suelo y subió a su habitación, me puse de pie, limpié mis lágrimas y fui a mi habitación, me metí a la cama, abracé mi muñeca, cerré los ojos y le supliqué a Dios porque todo fuera una pesadilla, que mañana al abrir los ojos fuera un niña de doce años, normal, no sucedió.

Me despertaron los gritos de mamá, me asusté; vi la hora eran las 5:30 a.m.

—Larislava, la casa no va limpiarse sola, ni la ropa se lavará sola, ¿y dónde está mi desayuno?—

Bajé corriendo, muy asustada.

—Lo siento mami, es que ayer no me dijiste a que hora debía levantarme, ahora mismo te preparo el desayuno—

Preparé rápido unos hotcakes, piqué fruta, exprimí unas naranjas, y puse el desayuno sobre la mesa, me senté a comer con ella, como lo hacíamos siempre.

—¿Qué haces?— dijo, viéndome con sus ojos verdes totalmente embravecidos.

—Voy a desayunar con vos mamita—

—No, usted no tiene derecho a comer hasta que no haga sus deberes, limpie todo, lave, sacuda, y luego traga, antes no, yo voy a salir, regreso en la tarde—

Me levanté, tapé mi desayuno con un poco de papel aluminio, y me puse a limpiar, mamá salió, ni siquiera me dijo adiós, corrí a la puerta para decirle adiós, me había dejado encerrada bajo llave, lloré.

Limpié todo, sacudí, lavé, eran las 2:00 p.m. cuando pude sentarme a comer mi desayuno, estaba frío, lloré tanto mientras comía, de pronto se abrió la puerta.

Era mamá con don Rubén, el dueño de la carnicería, un señor mayor, obeso, peludo, le faltaba un diente.

—Pues ahí la tiene don Rubén, es toda suya— dijo mamá.

El viejo sonrió, y se acercó a mí, me veía con lujuria, cuando estuvo cerca de mí, tocó uno de mis pechos, yo grité, mamá río.

—Te gusta andar de puta ¿no? Pues te conseguí clientes—

—No mamita; no, por favor no me hagas esto—

Continuará...

- Lissbeth SM.

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