LA PRINCESA DE LAS ROSAS (Capítulo 24)

666 57 7
                                    

—¿Tu hija? ¿Tuviste una hija?— Preguntó Isaac muy asombrado.

—No, claro que no, ja, ja, ja, ja, ja, ja, solo que sentí mucho cuando me vi en los ojos de esa niña— respondí.

—¿Estás segura?—

—Claro, ¿por qué debería de mentirte?— mentí.

Había algo en esa niña, sus ojos, su cabello, su voz, su risa, me penetró el alma, cada poro de mi piel la sintió.

—Oye, ¿cenamos hoy?—

—No puedo Isaac, tengo que cuidar a Gina, papá ya regresó a su casa, otro día será, discúlpame—

—Bueno, entiendo, pero me quedo a ayudarte hasta que termines y te llevo a casa, ¿te parece?—

—Me parece una buena idea—

Nos quedamos trabajando hasta tarde, había mucho coqueteo entre Isaac y yo, pero ninguno de los dos daba un paso más allá, era algo como secreto pero satisfactorio, al menos para mí, salimos de la florería a eso de las 9:00 p.m. le envié un mensaje a Gina diciéndole que se encerrara en su cuarto, que Isaac iba conmigo.

Lo que sucedió en el camino a casa fue desconcertante, de pronto Isaac me contó algo que despertaría mis demonios, no sé si fue casualidad o destino, pero supongo que así tenía que ser, todo iba bien, íbamos camino a casa en silencio y de la nada Isaac me dice.

—Quiero ir a ver a mi mejor amigo, está metido en problemas—

—¿Y eso? ¿Qué pasó?—

Y entonces soltó la bomba, juro que quise detenerme, quise ignorarlo pero no pude, no pude por más que lo intenté.

—Pues su novia lo acusó de maltrato, y pues él me explicó que si le dio dos golpes pero que está muy arrepentido, y él no es mala persona, yo le creo—

—¿Estás justificando a un abusador?—

—No lo justifico Lava, pero todo tenemos malos momentos—

—Es aquí donde puedo notar que nunca has recibido ningún tipo de abuso, porque créeme Isaac nada absolutamente nada puede justificar el daño que un abusador causa en su víctima, son años de dolor, son años de pesadillas noche a noche—

—Lava, ¿qué te hicieron?— Preguntó, justo cuando llegábamos a casa, yo tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Nada, gracias por traerme, buenas noches—

Bajé inmediatamente del auto, limpié mis lágrimas y entré a la casa sin darle oportunidad de hablar conmigo, no me sentía bien, sentía que algo dentro de mí se quemaba.

Entré a casa azotando la puerta, Gina salió asustada de su cuarto.

—¿Qué pasa?— Preguntó.

—Nada, necesito hacer algo— respondí.

Entré a mi habitación.

—Patrick, ¿estás listo?—

—No tenés que preguntar, te estás tardando—

Empecé a cambiarme, pantalones negros, botas negras, camiseta negra, una sudadera negra, guantes negros, una daga y una rosa, cuando salí de mi habitación Gina me esperaba vestida totalmente igual a mí, no le presté atención, salí y me subí al auto, cuando menos sentí, Gina se sentó en el asiento del copiloto.

—¿Qué haces?— Pregunté.

—Ahora estamos juntas en esto— respondió con una risita pícara.

—No, bájate, no quiero meterte en esto, bájate— grité.

—No lo haré, esto será juntas de aquí en adelante—

—No voy a perder el tiempo, solo haz lo que te digo—

—Está bien— respondió muy emocionada.

—Mira Gina, esto tiene que ser muy cauteloso, como ya te diste cuenta uso otro auto, me visto para dar impresión de ser hombre, muy importante Gina, no hablo, nunca debemos hablar, y menos dejar que vean nuestro rostro—

—Copiado y entendido, mi capitán— respondió riendo.

—¡Esto es serio!— Grité.

—Lo siento— respondió.

Llegamos a casa de Saúl el mejor amigo de Isaac, me estacioné en la parte de atrás, desde ahí alcancé a ver el auto de Isaac, seguía ahí, esperamos unos cuarenta minutos cuando por fin vi salir a Isaac, bajamos del auto y fuimos por la puerta trasera, cómo siempre, la puerta de atrás nunca está cerrada, entramos, sigilosamente, Saúl estaba sentado en su sofá blanco, estaba hablando por teléfono.

—Nunca estarás en paz, mientras yo viva, lo de la demanda te costará caro— gritó.

Eso me enfureció más, me acerqué a él, toqué su hombro, volteó a ver inmediatamente, saltó el sofá, y se abalanzó sobre mí.

—Lavaaaaaaaaaaaa— gritó Gina.

¡Joder! Le había dicho que se quedara callada.

—¿Lava, la misma Lava de la que me hablo Isaac?— dijo Saúl.

Acaba de salir todo mal, gracias a Gina, pero también fue ella quien lo solucionó, golpeó a Saúl en la cabeza con un jarrón, así logré quitármelo de encima, me puse de pie, tomé la daga y la rosa y se las incrusté directo en el corazón, luego le di cuatro puñaladas más, y justo en ese momento se estacionó un auto frente a la casa, salimos rápido, pero justo cuando salíamos, alguien entró, ¡era Isaac!

Vio a Saúl tirado en el suelo en medio de un charco de sangre, y luego vio hacía la puerta trasera y me vio.

—Detente ahí maldito asesino— gritó

Gina y yo corrimos al auto, —súbete atrás pero tírate en el suelo del auto que no te vea, puta madre Gina, te dije que no hablaras—

—Perdón es que me asusté—

Salí de ahí a toda prisa, cuando vi por el retrovisor, Isaac me venía siguiendo.

Continuará...

- Lissbeth SM.

LA PRINCESA DE LAS ROSAS Where stories live. Discover now