Capítulo 41

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Tremendo capítulo, oyeron. Me esforcé una vida en hacerlo, así que espero desde lo más profundo de mi corazón de pollo que les guste.

No daré excusas porque sé que los tengo mega abandonados, así que a cambio les traigo un capi largo y con parte de las maravillosas respuestas que todos queremos saber osi osi.

Canciónzasa en multimedia: Painkiller —Ruel

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Capítulo 41

Ámame u ódiame


Kelly Morgan

La tristeza es extraña.

Por momentos, tenerla me hacía sentir real. Más real.

Por otros momentos, quería eliminarla, exterminarla, erradicarla de mi ser.

Quería inducirme a un experimento capaz de borrar mi memoria, de llevarse los recuerdos de los acontecimientos de las últimas semanas.

Y aunque buscaba y buscaba maneras de obviar todo eso que me hacía sufrir pesadillas por las noches, encontré satisfacción una sola cosa que parecía dar resultados: el alcohol.

El alcohol también era raro. Me embriagaba y encontraba confort en el hecho de tener una excusa para llorar porque, ya saben, los borrachos lloran; sin embargo, luego me sentía patética, me sentía como una fracasada que daba lástima, incluso si solo lo hacía en el refugio de mi habitación.

Cada día anhelaba más fervorosamente despertar con amnesia, porque el dolor que me provocaban las memorias era incomparable con cualquier dolor físico. 

Perduran, trascienden cualquier barrera y, asimismo, se quedan intangibles como las tinieblas. Los recuerdos son la tiniebla que nublan el ahora; a veces se van un poco más allá y llegan al raciocinio. Justo como me estaba sucediendo a mí.

Comprendí, entonces, que la mente humana es nuestra propia desgracia.

Le di un sorbo a la botella y la dejé caer a mi lado en la cama, derramando parte del líquido sobre la colcha. Rechisté por lo bajo, aunque no me importó en lo absoluto.

Era domingo por la tarde, ya había pasado una semana desde la última vez que fui a la escuela. Abril estaba por terminar, así como mis ganas de seguir adelante.

Después de aquel día en que procesé la denuncia contra el ciudadano Gabriel McAdams de veintiún años y nacionalidad americana, me había permitido caer completamente en la tristeza. 

Luego de estar arriba, lo único que queda es bajar.

Mi teléfono celular ya no repicaba en llamadas desesperadas de Kit, o sabrá Dios quién más, debido a que lo había apagado. No sabía nada de nadie, y nadie sabía nada de mí. Con eso estaba perfectamente tranquila; si iba a tocar fondo, lo haría de la mejor manera posible.

No me iré hasta que te enamoresWhere stories live. Discover now