Capítulo 20

60 14 44
                                    

Kelly Morgan

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Kelly Morgan.

No sabía quién podía ser más odioso: si Kit, o Gabriel.

Estaba segura que si fuesen a America's Got Talent, ganarían como los más insoportables de la competencia.

Solo encontraba una diferencia notable —además de las obvias— y era que, por una ya no tan desconocida razón, Gabriel lograba sacar lo peor de mí. Lo que a veces me solía tragar y esconder bajo todo el manto de amabilidad y positividad que  me ponía encima, salía a la superficie con tan solo un comentario suyo.

Vaya superpoder le había sido concedido.

Imbécil.

Aquel día dimos unas cinco vueltas a todo el campus, mientras me hacía preguntas que era incapaz de responder porque, duh, no era una arquitecta o ingeniera civil. Lo peor, incluso más que tener que hacer de guía turística, era que parecía frustrarse cuando no le daba la contestación que necesitaba.

—¿De qué material están construidas las paredes bases? —Su voz sonaba inquisitiva y demandante. Se agachó y tanteó la pared con los dedos, como sintiendo la textura o tal vez buscando algún error.

—¿De pared? —dije finalmente, y reconocí que no era la mejor respuesta, ya que me miró desde abajo con desdén y fastidio.

—No logro comprender cómo eres el “promedio más alto” de este lugar.—Hizo comillas, y una mueca cruzó mi rostro.

—No logro comprender cómo has terminado aquí con ese genio del asco —mascullé, pasando mi peso a mi pierna derecha. Gabriel se levantó de nuevo hasta su altura y anotó algo con bolígrafo negro en los folios que llevaba.

Cuando terminó, posó su mirada sobre mí y me dio la sonrisa más falsa que pude haber percibido en mi vida.

—Contactos.

Siguió a pasos largos hacia adelante y con un bufido lo seguí.

Mi mochila rebotaba contra mi omóplato, fui consciente de que aún estaba allí la caja decorada con el obsequio de Kit dentro. Si repasaba la escena de unas horas atrás en el laboratorio de química me molestaba internamente por la forma en la que siempre acababan las discusiones con el castaño; después de todo, me era imposible no poder contrarrestar esos inconvenientes con los detalles que, aunque odiaba aceptar, me conmovían.

Las imágenes en el aula de pintura pasaron por mi mente como si estuviese viendo una película adolescente de HBO.

«Por todas las cachuchas, pude haber sido encontrada haciendo...eso. ¿Qué habría pensado papá?»

Las manchas de pintura todavía estaban sobre mí, como acuarelas coloreando todo a su paso, que actuaban similares a un recordatorio de que lo que había pasado no se trataba de mi mente fantaseando de las formas más estúpidas.

No me iré hasta que te enamoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora