Capítulo 49: PARTE II

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ups, me tardé alguito, lo siento. Feliz Navidad, año nuevo, día de Reyes, Pascuas, cumpleaños <3







Hallar el arte en tu dolor (PARTE II)

Esa noche de verano aprendí que el dolor es un diamante en bruto. Que puede pulirse y terminar reluciendo como el más inmaculado trozo de zafiro.

También aprendí que Notre Bulle, el cuadro que colgaba en mi habitación y que retrataba un viaje en globo aerostático, no era de la autoría de Kit McAdams como había pensado.

Y por último, aprendí que las piezas de la verdadera creadora de dicha pintura, Addison Hartman, eran de las mejores que alguna vez mis mundanos ojos podrían haber visto.

Hasta la actualidad mantengo esa posición.

Eran las 3:18 de la madrugada cuando Kit dio aquel último brochazo sobre el bosquejo final de la vigésima pieza en el cuaderno de Addison.

La punta del pincel, manchada de un color liláseo, rozaba con delicadeza la tela del lienzo; el tacto era apenas perceptible, sin embargo, sabía que estaba ahí. Podía notarlo en la intensidad con la que se iba tornando el tono, o el suave sonido del barrer de las hebras del pincel contra la dureza del tejido.

Emilia y yo conteníamos nuestras respiraciones, casi como si tuviésemos miedo de interrumpir la atmósfera etérea en la que se encontraba Kit.

Era fascinante, todo él y lo que lo rodeaba era fascinante.

Allí, en su estado incorpóreo, pude vislumbrar detalles que no había visto en meses.

Él vibraba, su energía danzaba al compás de sus manos, de sus dedos largos dirigiendo un espectáculo de colores.

«Es...es...mágico»

Esa era la palabra que se ajustaba a Kit, a lo que transmitía, a lo que generaba en mis terminaciones nerviosas: magia.

De golpe, bajó los brazos, respiró pesado, dio dos pasos hacia atrás y dijo:

—Terminé.

Acallamos. Kit se removió en su lugar, cambió el peso de un pie a otro, jugueteó con las puntas de sus cabellos, mordió sus labios, y un sinfín de gestos más que solo demostraban lo inconforme que se sentía.

—Le falta algo...

—No le falta nada, cerebrito —Resoplé en cuanto escuché a Emilia, alias Pequeño saltamontes—, está perfecto.

—Sí falta algo. Tal vez sea más azul...

—¡¿Acaso dibujas el Pacífico?! ¡Está bien así!

—¿Eres pintora, Emilia Kriegger? Pensé que tocabas el chelo.

—Toco el violín —Corrigió entre dientes. Una sonrisa se asomó entre mis labios, sabía que Kit lo hacía para tocarle los nervios—. Y ¡sí! También podría ser pintora.

—Podrías, pero no lo eres.

—¡¿Ahora negarás que de no ser por mí no habrías terminado todos estos...—Hizo un gesto algo agresivo con las manos para señalar los lienzos aún frescos— cacharros?!

Ellos se sumieron en una discusión tonta que ignoré porque mi cabeza se ocupaba demasiado en pensar en lo que Kit había dicho.

En definitiva, sí le faltaba algo a la pintura.

Una especie de...pincelada audaz.

Me acerqué sigilosa hacia el caballete, con sumo cuidado de no estropearlo o dar un paso en falso.

No me iré hasta que te enamoresWhere stories live. Discover now