Capítulo 7

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Agradecí internamente a Cassandra por el juego que permitió que la borrachera bajara sus niveles, porque de no haber sido por ello, probablemente me habría caído de espaldas, y dudo que Camilo se hubiera tomado la molestia de siquiera sostenerme.

Se les veía tan inmersos entre ellos mismos, como si sus cuerpos fueran piezas de rompecabezas destinadas a completarse. Aparté mi cabeza, un poco turbada, y caminé hasta la barra, en la que estaban Alaska y Shawn. Al llegar a ellos, me miraron exaltados, y me sentí culpable:

—Juro que vuelves a desaparecer así y no te saco más de tu casa —me miró la pelinegra, se veía bastante molesta y mucho menos ebria de lo que pensé. Caminé hasta a ella, con la guardia baja y me dejé caer en el taburete en medio de ella y Shawn—. No, no intentes ponerme esa cara de perrito regañado, eh, Kels, no servirá.

Me llevé las manos a la cara, fregándome los ojos. Inmediatamente alargué las manos, pero vi que ya estaban manchadas de las sombras oscuras. Ni al caso.

—No estoy de ganas, Alaska. Solo quiero tomar hasta la inconsciencia —ambos me miraron un poco sorprendidos, y me volteé hacia Gabriel, el chico al otro lado de la barra—. ¿Me puedes dar una piña colada? Prometo tomarla esta vez. Y dos shots de vodka...no, mejor cuatro. Sí, cuatro están bien.

Él me miró con una sonrisita bailando entre los labios. Recién notaba que era realmente lindo, con el cabello dorado en pequeños rizos que se elevaban sobre su cabeza.

—Ten. Y si realmente quieres caer en la inconsciencia, estás buscando en el lugar equivocado. Aquí tenemos un límite de porcentaje de alcohol en las bebidas —dejó mi pedido en la barra, y me miró mientras secaba con un paño un vaso de cristal.

—No era necesario que arruinaras toda la diversión –me sorprendió la capacidad que tenía aun de formular palabras. Me tomé los dos shots, y para opacar su terrible sabor, tomé de la piña colada. Su sabor era duce, y relajante.

A mis lados Shawn y Alaska se habían sumido en una conversación en la que no me habían incluído. No me interesó en el momento. Mi vista torturadora se dirigió de nuevo al lugar en el que antes había visto a Kit y a la rubia, pero ya no se encontraban. Los busqué desesperadamente, y los encontré bailando muy románticos en la pista de baile.

Solté algunas barbaridades por lo bajo, y me crucé de brazos.

No entendía qué me pasaba. Se suponía que eso era lo que quería: que esos dos notaran su química que al parecer había fluido sin siquiera yo darme cuenta. El trabajo había resultado más fácil de la cuenta; había bastado que conocieran sus nombres para lanzarse uno encima del otro.

Estúpida, estúpida, al pensar que tal vez, en un mundo alterno, Kit se habría fijado en mí.

Pero ¿por qué? Esa contradicción de pensamientos me dejaba sin mente; no sé qué había visto en Kit, ni siquiera por qué parecía gustarme...

—Gruñes mucho, pareces un perro –la voz de Gabriel habló a mis espaldas, y pensé en no responderle siquiera, pero llevada por un impulso, lo encaré—. Y créeme, eres demasiado bonita como para hacerlo.

Lo miré extrañada, pero sin poder negarlo, una sonrisa asomó por mis labios.

»No le des importancia. Si él no ve lo que tiene delante, mala suerte —siguió. Giré la cabeza hacia un lado, y el volcó los ojos—. Crees que no se nota cómo le miras. Sí, al de la cazadora.

Me sentí sumamente apenada, y quise buscar un agujero para ocultarme allí. Él me dio una sonrisa, y se acercó un poco hacia mí. No me alejé ni un centímetro, y me di una palmada en el hombro orgullosa.

No me iré hasta que te enamoresWhere stories live. Discover now