XVI

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Como no se puso ningún inconveniente al compromiso de las jóvenes con su tía y los reparos del señor Lahiffe por no dejar a los señores Dupain ni una sola velada durante su visita fueron firmemente rechazados, a la hora adecuada el coche partió con él y sus cinco primas hacia Meryton. Al entrar en el salón de los Philips, las chicas tuvieron la satisfacción de enterarse de que Nathaniel Kutzenberg había aceptado la invitación de su tío y de que estaba en la casa.

Después de recibir esta información, y cuando todos habían tomado asiento, Lahiffe pudo observar todo a sus anchas; las dimensiones y el mobiliario de la pieza le causaron tal admiración, que confesó haber creído encontrarse en el comedorcito de verano de Rosings. Esta comparación no despertó ningún entusiasmo al principio; pero cuando la señora Philips oyó de labios de Lahiffe lo que era Rosings y quién era su propietaria, cuando escuchó la descripción de uno de los salones de lady Catherine y supo que sólo la chimenea había costado ochocientas libras, apreció todo el valor de aquel cumplido y casi no le habría molestado que hubiese comparado su salón con la habitación del ama de llaves de los Bourgh.

Lahiffe se entretuvo en contarle a la señora Philips todas las grandezas de lady Catherine y de su mansión, haciendo mención de vez en cuando de su humilde casa y de las mejoras que estaba efectuando en ella, hasta que llegaron los caballeros. Lahiffe encontró en la señora Philips una oyente atenta cuya buena opinión del rector aumentaba por momentos con lo que él le iba explicando, y ya estaba pensando en contárselo todo a sus vecinas cuanto antes.

A las muchachas, que no podían soportar a su primo, y que no tenían otra cosa que hacer que desear tener a mano un instrumento de música y examinar las imitaciones de china de la repisa de la chimenea, se les estaba haciendo demasiado larga la espera. Pero por fin aparecieron los caballeros. Cuando Nathaniel Kutzenberg entró en la estancia, Marinette notó que ni antes se había fijado en él ni después lo había recordado con la admiración suficiente.

Los oficiales de la guarnición del condado gozaban en general de un prestigio extraordinario; eran muy apuestos y los mejores se hallaban ahora en la presente reunión. Pero Nathaniel Kutzenberg, por su gallardía, por su soltura y por su airoso andar era tan superior a ellos, como ellos lo eran al rechoncho tío Philips, que entró el último en el salón apestando a oporto.

El señor Nathaniel Kutzenberg era el hombre afortunado al que se tornaban casi todos los ojos femeninos; y Marinette fue la mujer afortunada a cuyo lado decidió él tomar asiento. Nathaniel Kutzenberg inició la conversación de un modo tan agradable, a pesar de que se limitó a decir que la noche era húmeda y que probablemente llovería mucho durante toda la estación, que Marinette se dio cuenta de que los tópicos más comunes, más triviales y más manidos, pueden resultar interesantes si se dicen con destreza.

Con unos rivales como Nathaniel Kutzenberg y los demás oficiales en acaparar la atención de las damas, Lahiffe parecía hundirse en su insignificancia. Para las muchachas él no representaba nada. Pero la señora Philips todavía le escuchaba de vez en cuando y se cuidaba de que no le faltase ni café ni pastas.

Cuando se dispusieron las mesas de juego, Lahiffe vio una oportunidad para devolverle sus atenciones, y se sentó a jugar con ella al whist.

—Conozco poco este juego, ahora —le dijo—, pero me gustaría aprenderlo mejor, debido a mi situación en la vida.

La señora Philips le agradeció su condescendencia, pero no pudo entender aquellas razones. Nathaniel Kutzenberg no jugaba al whist y fue recibido con verdadero entusiasmo en la otra mesa, entre Marinette y Lila. Al principio pareció que había peligro de que Lila lo absorbiese por completo, porque le gustaba hablar por los codos, pero como también era muy aficionada a la lotería, no tardó en centrar todo su interés en el juego y estaba demasiado ocupada en apostar y lanzar exclamaciones cuando tocaban los premios, para que pudiera distraerse en cualquier otra cosa. Como todo el mundo estaba concentrado en el juego, Nathaniel Kutzenberg podía dedicar el tiempo a hablar con Marinette, y ella estaba deseando escucharle, aunque no tenía ninguna esperanza de que le contase lo que a ella más le apetecía saber, la historia de su relación con Agreste. Ni siquiera se atrevió a mencionar su nombre. Sin embargo, su curiosidad quedó satisfecha de un modo inesperado.

Pride & Prejudice  (Adrinette)Where stories live. Discover now