XXIV

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La carta de la señorita Couffaine llegó, y puso fin a todas las dudas. La primera frase ya comunicaba que todos se habían establecido en Londres para pasar el invierno, y al final expresaba el pesar del hermano por no haber tenido tiempo, antes de abandonar el campo, de pasar a presentar sus respetos a sus amigos de Hertfordshire.

No había esperanza, se había desvanecido por completo. Chloé siguió leyendo, pero encontró pocas cosas, aparte de las expresiones de afecto de su autora, que pudieran servirle de alivio. El resto de la carta estaba casi por entero dedicado a elogiar a la señorita Agreste. Insistía de nuevo sobre sus múltiples atractivos, y Caroline presumía muy contenta de su creciente intimidad con ella, aventurándose a predecir el cumplimiento de los deseos que ya manifestaba en la primera carta. También le contaba con regocijo que su hermano era íntimo de la familia Agreste, y mencionaba con entusiasmo ciertos planes de este último, relativos al nuevo mobiliario.

Marinette, a quien Chloé comunicó en seguida lo más importante de aquellas noticias, la escuchó en silencio y muy indignada. Su corazón fluctuaba entre la preocupación por su hermana y el odio a todos los demás. No daba crédito a la afirmación de Caroline de que su hermano estaba interesado por la señorita Agreste. No dudaba, como no lo había dudado jamás, que Couffaine estaba enamorado de Chloé; pero Marinette, que siempre le tuvo tanta simpatía, no pudo pensar sin rabia, e incluso sin desprecio, en aquella debilidad de carácter y en su falta de decisión, que le hacían esclavo de sus intrigantes amigos y le arrastraban a sacrificar su propia felicidad al capricho de los deseos de aquellos. Si no sacrificase más que su felicidad, podría jugar con ella como se le antojase; pero se trataba también de la felicidad de Chloé, y pensaba que él debería tenerlo en cuenta. En fin, era una de esas cosas con las que es inútil romperse la cabeza.

Marinette no podía pensar en otra cosa; y tanto si el interés de Couffaine había muerto realmente, como si había sido obstaculizado por la intromisión de sus amigos; tanto si Couffaine sabía del afecto de Chloé, como si le había pasado inadvertido; en cualquiera de los casos, y aunque la opinión de Marinette sobre Couffaine pudiese variar según las diferencias, la situación de Chloé seguía siendo la misma y su paz se había perturbado.

Un día o dos transcurrieron antes de que Chloé tuviese el valor de confesar sus sentimientos a su hermana; pero, al fin, en un momento en que la señora Dupain las dejó solas después de haberse irritado más que de costumbre con el tema de Netherfield y su dueño, la joven no lo pudo resistir y exclamó:

—¡Si mi querida madre tuviese más dominio de sí misma! No puede hacerse idea de lo que me duelen sus continuos comentarios sobre el señor Luka Couffaine. Pero no me pondré triste. No puede durar mucho. Lo olvidaré y todos volveremos a ser como antes.

Marinette, solícita e incrédula, miró a su hermana, pero no dijo nada.

—¿Lo dudas? —preguntó Chloé ligeramente ruborizada—. No tienes motivos. Le recordaré siempre como el mejor hombre que he conocido, eso es todo. Nada tengo que esperar ni que temer, y nada tengo que reprocharle. Gracias a Dios, no me queda esa pena. Así es que dentro de poco tiempo, estaré mucho mejor.

Con voz más fuerte añadió después:

—Tengo el consuelo de pensar que no ha sido más que un error de la imaginación por mi parte y que no ha perjudicado a nadie más que a mí misma.

—¡Querida Chloé! —exclamó Marinette—. Eres demasiado buena. Tu dulzura y tu desinterés son verdaderamente angelicales. No sé qué decirte. Me siento como si nunca te hubiese hecho justicia, o como si no te hubiese querido todo lo que mereces.

Chloé negó vehementemente que tuviese algún mérito extraordinario y rechazó los elogios de su hermana que eran sólo producto de su gran afecto.

Pride & Prejudice  (Adrinette)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن