XIX

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Martes 22 de Abril.

Estoy en un suplicio. Después de todas las promesas que me hice a mí mismo. Después de todas mis resoluciones, esto - ¡esto! – es el resultado.

No puedo creer todo lo que pasó en las últimas horas. Si solo pudiera descartarlas como resultado de una fiebre o alucinación, pero no hay duda de que pasaron. He ofrecido mi mano a Marinette Dupain.

No debí de haber ido a verla. No tenía necesidad de hacerlo porque no nos había acompañado a tomar el té. Ella tenía una jaqueca. ¿Qué dama no sufre de una jaqueca?

Al principio tomé mi té con mi tía, mis primos y Mr y Mrs Lahiffe, pero todo el tiempo mis pensamientos eran de Marinette.

¿Estaba sufriendo? ¿Estaba en verdad enferma? ¿Podía hacer algo para ayudarla?

Al final no me pude contener más. Mientras los otros hablaban de la parroquia, comenté que necesitaba algo de aire fresco y exprese mis intenciones de tomar un paseo. Apenas y se si planeaba visitar la casa parroquial o no cuando salí de Rosings. Mi corazón me dirigía allí, pero mi razón me presionaba a regresar, y mientras tanto mis pies me llevaron hasta que estaba enfrente de la puerta.

Preguntando si Miss Dupain estaba en casa, fui llevado al salón, en donde ella volteó sorprendida al verme entrar. Estaba yo también sorprendido.

Empecé sensatamente. Pregunte por su salud, y me respondió que no estaba tan mal. Me senté. Me levanté. Caminé alrededor del salón. Al final no pude contenerme más.

—He luchado en vano.— Las palabras habían salido antes de que pudiera detenerlas. —Ya no puedo más— Seguí. —Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga cuanto la admiro y la amo apasionadamente.

Listo. Ya lo sabía. El secreto que había cargado por tanto tiempo había encontrado su voz, y buscado su camino hacia la luz del día.

Ella me miró fijamente, se ruborizó, y permaneció en silencio.

¿Cómo no podría estarlo? No había nada que ella pudiera decir. Solo tenía que escuchar mi declaración y luego aceptarme. Sabiendo que había caído bajo su hechizo, sabía perfectamente que la puerta de Pemberley estaría abierta para ella, y el mundo de sociedad seria suyo.

—No deseo parecer ignorante de su clase baja o de sus conexiones, de la inferioridad y falta de valor,— dije, creyendo escasamente que había dejado que mi amor por ella hubiera superado tales sentimientos tan naturales, pero sobrellevados por emociones que eran imposibles de controlar. —Habiendo pasado varias semanas en Hertfordshire, seria deshonesto el pretender que no sería una degradación el unirme con tal familia, y solo la fuerza de mi pasión me ha permitido el dejar esos sentimientos a un lado.

Mientras hablaba, una imagen de los Dupain se presentó frente a mis ojos, y me di cuenta de que no le estaba hablado tanto a Marinette, sino a mí mismo, pensando en voz alta todos los pensamientos que me habían envuelto por las últimas semanas y meses.

—Su madre, con su vulgaridad y lengua desenfrenada; su padre con su deliberada privación de enderezar los excesos salvajes de sus hermanas menores. ¡Unirse a tales muchachas!— dije, mientras recordaba el canto de Rose Dupain en la asamblea. —La mejor de ellas, una aburrida, esforzada niña con ningún gusto o sentido, y la peor de ellas tonta, malcriada y egoísta, quien no encuentra nada mejor que hacer con su tiempo que correr tras los oficiales,— continúe, mientras recordaba a Lila y a Alix en el baile de Netherfield. —Un tío es un abogado y el otro viviendo en Cheapside,— proseguí, mis sentimientos saliendo en un torrente. —He sentido la imposibilidad de tal unión todas estas semanas. Mi razón me rebela contra ella, no, mi propia naturaleza me niega a hacerlo. Sé que me estoy rebajando al hacer tal proposición. Estoy hiriendo tanto a mi familia como a mi orgullo familiar. El tener tales sentimientos por alguien que esta tan por debajo de mí es una debilidad que detesto, y aun así no puedo conquistar mis sentimientos. Me dirigí a Londres y me sumergí en negocios y en placeres, pero ninguno de ellos removían el recuerdo de usted de mi mente.— dije, volteando para verla y dejando que mis ojos se templaran en su rostro. —Mi cariño ha sobrevivido todos mis argumentos racionales, ha sobrevivido una larga separación, que, en vez de curarlo, solo lo ha hecho más fuerte, y ha resistido mi determinación de arrancarlo de raíz. No importa cuáles sean mis sentimientos más sensatos, esto no puede ser negado. Es tan fuerte que estoy preparado a pasar por alto las faltas de su familia, lo bajo de sus conexiones y el dolor que se debo infligir en mis amigos y familia, al pedirle que se case conmigo. Solo espero que mi lucha sea ahora recompensada.— dije. —Rescáteme de mi dolor. De mis ansiedades. Dígame, Marinette, que será usted mi esposa.

Mi discurso había sido apasionado. Había hecho lo que nunca había hecho por otro ser humano; había mostrado mi alma. Le había mostrado todos mis miedos y ansiedades, mis debates y luchas, y ahora esperaba por su respuesta. No podía tardar en llegar.

Ella había estado esperando por mi declaración; aguardando; estaba seguro de ello. No podía ser ignorante de mi atracción, y cualquier mujer estaría exaltada de haber ganado la mano de Adrien Agreste. Solo faltaba que ella dijera la palabra que nos uniría, y todo estaría hecho.

Y aun así, para mi asombro, la sonrisa que había esperado ver en su rostro no apareció. Ella no dijo: —Me ha honrado inmensamente, Mr Adrien. Estoy halagada, no, complacida por su declaración, y estoy agradecida por su condescendencia. La situación de mis parientes, sus tonterías y vicios, no pueden ser motivo de regocijo, y estoy consciente del honor que me ha hecho al pasar por alto sus deficiencias al pedirme el ser su esposa. Es por lo tanto que con un humilde sentido de obligación que acepto su mano.

No dijo siquiera un simple —Si.

En su lugar, el color se elevó a sus mejillas, y con la voz más indignada posible dijo: —En estos casos creo que se acostumbra expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado en contra de su voluntad. Lamento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, usted me dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.

Le mire con asombro. ¡Me había rechazado! Nunca había imaginado que lo hiciera. Ni una vez en todas esas noches cuando me había mantenido despierto, recordándome la imposibilidad de tal unión, nunca había imaginado este resultado.

Pride & Prejudice  (Adrinette)Where stories live. Discover now