XXI

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—Desde el principio, casi desde el primer instante en que le conocí, sus modales me convencieron de su arrogancia, de su vanidad y de su egoísta desdén hacia los sentimientos ajenos; me disgustaron de mal modo que hicieron nacer en mi la desaprobación que los sucesos posteriores convirtieron en firme desagrado; y no hacia un mes aun que le conocía cuando supe que usted sería el último hombre en la tierra con el que podría casarme.

Sentí como la incredulidad daba paso al enojo, y el enojo a la humillación. Mi penitencia estaba ahora completa.

—Ha dicho usted bastante, madame.— Le dije cortésmente. —Comprendo perfectamente sus sentimientos y solo me resta avergonzarme de los míos. Perdone por haberle hecho perder tanto tiempo— y para probar que era, incluso ahora después de tales insultos, un caballero, agregué: — y acepte mis buenos deseos de salud y felicidad.

Entonces, habiéndome entregado a mi final orgullosa declaración, deje el salón.

Regresé a Rosings, caminando ciegamente, sin ver nada a mí alrededor, solo viendo a Marinette. Marinette diciéndome que había arruinado la felicidad de su hermana. Marinette diciéndome que había arruinado las esperanzas de Nathaniel Kutzenberg.

Marinette diciéndome que no me había comportado como un caballero. Marinette, Marinette, Marinette.

No dije ni una palabra en la cena. No veía nada, no escuchaba nada, no saboreaba nada. Pensaba solo en ella.

A pesar de mis esfuerzos, no podía sacar sus acusaciones fuera de mi cabeza. El cargo de que había arruinado la felicidad de su hermana podría tener algún mérito, pero había actuado para el beneficio de todos. La acusación de que había arruinado las esperanzas de Nathaniel Kutzenberg era de otro tipo. Negaba mi honor, y no podía dejarlo así.

—¿Un juego de billar, Adrien?— pregunté el Coronel Le Chien Kim, cuando Lady Catherine y Anne se retiraron por la noche.

—No. Gracias. Tengo que escribir una carta.

Me miró con curiosidad pero no dijo nada. Me retiré a mi cuarto y tomé mi pluma. Tenía que exonerarme. Tenía que responder su acusación. Tenía que mostrarle que estaba equivocada. ¿Pero cómo?

Mi querida Miss Dupain

Mire las líneas tan pronto las había escrito. Ella no era mi querida Miss Dupain. No tenía ningún derecho de llamarla querida.

Arrugué la hoja de papel y la tiré.

Miss Dupain

El nombre me traía a la mente una imagen de su hermana. No funcionaba. Tiré una segunda hoja de papel.

Miss Marinette Dupain.

No.

Traté de nuevo.

Madame, me ha recriminado con

No lo leerá.

No se alarme, madame, al recibir esta carta, ni crea que voy a repetir en ella mis sentimientos o a renovar las proposiciones que le molestaron anoche.

Mejor.

Escribo sin ninguna intención de afligirla ni de humillarme yo insistiendo en unos deseos que, para la felicidad de ambos, no pueden olvidarse pronto.

Sí. Las maneras eran formales pero, me enorgulleció, no rígida. La aliviare de sus preocupaciones inmediatas y la persuadiré de seguir leyendo. ¿Pero qué escribir ahora? ¿Cómo expresar en palabras lo que tengo que decir?

Solté mi pluma y camine hacia la ventana. Miré el paisaje mientras organizaba mis ideas. La noche estaba inmóvil. No había nubes, y la luna podía verse brillando en el cielo. Debajo de esa misma luna, dentro de la casa parroquial, estaba Marinette.

Pride & Prejudice  (Adrinette)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora