XLI

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Pasó pronto la primera semana del regreso, y entraron en la segunda, que era la última de la estancia del regimiento en Meryton. Las jóvenes de la localidad languidecían; la tristeza era casi general. Sólo las hijas mayores de los Dupain eran capaces de comer, beber y dormir como si no pasara nada. Alix y Lila les reprochaban a menudo su insensibilidad. Estaban muy abatidas y no podían comprender tal dureza de corazón en miembros de su propia familia.

—¡Dios mío! ¿Qué va a ser de nosotras? ¿Qué vamos a hacer? —exclamaban desoladas—. ¿Cómo puedes sonreír de esa manera, Marinette?

Su cariñosa madre compartía su pesar y se acordaba de lo que ella misma había sufrido por una ocasión semejante hacía veinticinco años.

—Recuerdo —decía— que lloré dos días seguidos cuando se fue el regimiento del coronel Miller, creí que se me iba a partir el corazón.

—El mío también se hará pedazos —dijo Lila.

—¡Si al menos pudiéramos ir a Brighton! —suspiró la señora Dupain.

—¡Oh, sí! ¡Si al menos pudiéramos ir a Brighton! ¡Pero papá es tan poco complaciente!

—Unos baños de mar me dejarían como nueva. Y tía Philips asegura que a mí también me sentarían muy bien —añadió Alix.

Estas lamentaciones resonaban de continuo en la casa de Longbourn. Marinette trataba de mantenerse aislada, pero no podía evitar la vergüenza. Reconocía de nuevo la justicia de las observaciones de Agreste, y nunca se había sentido tan dispuesta a perdonarle por haberse opuesto a los planes de su amigo.

Pero la melancolía de Lila no tardó en disiparse, pues recibió una invitación de la señora Forster, la esposa del coronel del regimiento, para que la acompañase a Brighton. Esta inapreciable amiga de Lila era muy joven y hacía poco que se había casado. Como las dos eran igual de alegres y animadas, congeniaban perfectamente y a los tres meses de conocerse eran ya íntimas.

El entusiasmo de Lila y la adoración que le entró por la señora Forster, la satisfacción de la señora Dupain, y la mortificación de Alix, fueron casi indescriptibles. Sin preocuparse lo más mínimo por el disgusto de su hermana, Lila corrió por la casa completamente extasiada, pidiendo a todas que la felicitaran, riendo y hablando con más ímpetu que nunca, mientras la pobre Alix continuaba en el salón lamentando su mala suerte en términos poco razonables y con un humor de perros.

—No veo por qué la señora Forster no me invita a mí también —decía—, aunque Lila sea su amiga particular. Tengo el mismo derecho que ella a que me invite, y más aún, porque yo soy mayor.

En vano procuró Marinette que entrase en razón y en vano pretendió Chloé que se resignase. La dichosa invitación despertó en Marinette sentimientos bien distintos a los de Lila y su madre; comprendió claramente que ya no había ninguna esperanza de que la señora Dupain diese alguna prueba de sentido común. No pudo menos que pedirle a su padre que no dejase a Lila ir a Brighton, pues semejante paso podía tener funestas consecuencias. Le hizo ver la inconveniencia de Lila, las escasas ventajas que podía reportarle su amistad con la señora Forster, y el peligro de que con aquella compañía redoblase la imprudencia de Lila en Brighton, donde las tentaciones serían mayores. El señor Dupain escuchó con atención a su hija y le dijo:

—Lila no estará tranquila hasta que haga el ridículo en público en un sitio u otro, y nunca podremos esperar que lo haga con tan poco gasto y sacrificio para su familia como en esta ocasión.

—Si supieras —replicó Marinette— los grandes daños que nos puede acarrear a todos lo que diga la gente del proceder inconveniente e indiscreto de Lila, y los que ya nos ha acarreado, estoy segura de que pensarías de modo muy distinto.

Pride & Prejudice  (Adrinette)Where stories live. Discover now