XXXII

120 23 3
                                    

A la mañana siguiente estaba Marinette sola escribiendo a Chloé, mientras la señora Lahiffe y Nora habían ido de compras al pueblo, cuando se sobresaltó al sonar la campanilla de la puerta, señal inequívoca de alguna visita. Aunque no había oído ningún carruaje, pensó que a lo mejor era Lady Catherine, y se apresuró a esconder la carta que tenía a medio escribir a fin de evitar preguntas impertinentes. Pero con gran sorpresa suya se abrió la puerta y entró en la habitación el señor Agreste... Adrien solo.

Pareció asombrarse al hallarla sola y pidió disculpas por su intromisión diciéndole que creía que estaban en la casa todas las señoras.

Se sentaron los dos y, después de las preguntas de rigor sobre Rosings, pareció que se iban a quedar callados. Por lo tanto, era absolutamente necesario pensar en algo, y Marinette, ante esta necesidad, recordó la última vez que se habían visto en Hertfordshire y sintió curiosidad por ver lo que diría acerca de su precipitada partida.

—¡Qué repentinamente se fueron ustedes de Netherfield el pasado noviembre, señor Agreste! —le dijo—. Debió de ser una sorpresa muy grata para el señor Luka Couffaine verles a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal no recuerdo, él se había ido un día antes. Supongo que tanto él como sus hermanas estaban bien cuando salió usted de Londres.

—Perfectamente. Gracias.

Marinette advirtió que no iba a contestarle nada más y, tras un breve silencio, añadió:

—Tengo entendido que el señor Luka Couffaine no piensa volver a Netherfield.

—Nunca le he oído decir tal cosa; pero es probable que no pase mucho tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos y está en una época de la vida en que los amigos y los compromisos aumentan continuamente.

—Si tiene la intención de estar poco tiempo en Netherfield, sería mejor para la vecindad que lo dejase completamente, y así posiblemente podría instalarse otra familia allí. Pero quizá el señor Luka Couffaine no haya tomado la casa tanto por la conveniencia de la vecindad como por la suya propia, y es de esperar que la conserve o la deje en virtud de ese mismo principio.

—No me sorprendería —añadió Agreste— que se desprendiese de ella en cuanto se le ofreciera una compra aceptable.

Marinette no contestó. Temía hablar demasiado de su amigo, y como no tenía nada más que decir, determinó dejar a Adrien que buscase otro tema de conversación.

Él lo comprendió y dijo en seguida:

—Esta casa parece muy confortable. Creo que Lady Catherine la arregló mucho cuando el señor Lahiffe vino a Hunsford por primera vez.

—Así parece, y estoy segura de que no podía haber dado una prueba mejor de su bondad.

—El señor Lahiffe parece haber sido muy afortunado con la elección de su esposa.

—Así es. Sus amigos pueden alegrarse de que haya dado con una de las pocas mujeres inteligentes que le habrían aceptado o que le habrían hecho feliz después de aceptarle. Mi amiga es muy sensata, aunque su casamiento con Lahiffe me parezca a mí el menos cuerdo de sus actos. Sin embargo, parece completamente feliz: desde un punto de vista prudente, éste era un buen partido para ella.

—Tiene que ser muy agradable para la señora Lahiffe vivir a tan poca distancia de su familia y amigos.

—¿Poca distancia le llama usted? Hay cerca de cincuenta millas.

—¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada de viaje. Sí, yo a eso lo llamo una distancia corta.

—Nunca habría considerado que la distancia fuese una de las ventajas del partido exclamó Marinette, y jamás se me habría ocurrido que la señora Lahiffe viviese cerca de su familia.

—Eso demuestra el apego que le tiene usted a Hertfordshire. Todo lo que esté más allá de Longbourn debe parecerle ya lejos.

Mientras hablaba se sonreía de un modo que Marinette creía interpretar: Adrien debía suponer que estaba pensando en Chloé y en Netherfield; y contestó algo sonrojada:

—No quiero decir que una mujer no pueda vivir lejos de su familia. Lejos y cerca son cosas relativas y dependen de muy distintas circunstancias. Si se tiene fortuna para no dar importancia a los gastos de los viajes, la distancia es lo de menos. Pero éste no es el caso. Los señores Lahiffe no viven con estrecheces, pero no son tan ricos como para permitirse viajar con frecuencia; estoy segura de que mi amiga no diría que vive cerca de su familia más que si estuviera a la mitad de esta distancia.

Adrien acercó su asiento un poco más al de Marinette, y dijo:

—No tiene usted derecho a estar tan apegada a su residencia. No siempre va a estar en Longbourn. —Marinette pareció quedarse sorprendida, y el caballero creyó que debía cambiar de conversación. Volvió a colocar su silla donde estaba, tomó un diario de la mesa y mirándolo por encima, preguntó con frialdad:

—¿Le gusta a usted Kent?

A esto siguió un corto diálogo sobre el tema de la campiña, conciso y moderado por ambas partes, que pronto terminó, pues entraron Alya y su hermana que acababan de regresar de su paseo. El tête- à-tête las dejó pasmadas. Adrien les explicó la equivocación que había ocasionado su visita a la casa; permaneció sentado unos minutos más, sin hablar mucho con nadie, y luego se marchó.

—¿Qué significa esto? —preguntó Alya en cuanto se fue—. Querida Marinette, debe de estar enamorado de ti, pues si no, nunca habría venido a vernos con esta familiaridad.

Pero cuando Marinette contó lo callado que había estado, no pareció muy probable, a pesar de los buenos deseos de Alya; y después de varias conjeturas se limitaron a suponer que su visita había obedecido a la dificultad de encontrar algo que hacer, cosa muy natural en aquella época del año. Todos los deportes se habían terminado. En casa de Lady Catherine había libros y una mesa de billar, pero a los caballeros les desesperaba estar siempre metidos en casa, y sea por lo cerca que estaba la residencia de los Lahiffe, sea por lo placentero del paseo, o sea por la gente que vivía allí, los dos primos sentían la tentación de visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas veces separados y otras veces juntos, y algunas acompañados de su tía. Era evidente que el coronel Le Chien Kim venía porque se encontraba a gusto con ellos, cosa que, naturalmente, le hacía aún más agradable. El placer que le causaba a Marinette su compañía y la manifiesta admiración de Le Chien Kim por ella, le hacían acordarse de su primer favorito Nathaniel. Comparándolos, Marinette encontraba que los modales del coronel eran menos atractivos y dulces que los de Nathaniel, pero Le Chien Kim le parecía un hombre más culto.

Pero comprender por qué Adrien venía tan a menudo a la casa, ya era más difícil. No debía ser por buscar compañía, pues se estaba sentado diez minutos sin abrir la boca, y cuando hablaba más bien parecía que lo hacía por fuerza que por gusto, como si más que un placer fuese aquello un sacrificio. Pocas veces estaba realmente animado. La señora Lahiffe no sabía qué pensar de él. Como el coronel Le Chien Kim se reía a veces de aquella estupidez de Agreste, Alya entendía que éste no debía de estar siempre así, cosa que su escaso conocimiento del caballero no le habría permitido adivinar; y como deseaba creer que aquel cambio era obra del amor y el objeto de aquel amor era Marinette, se empeñó en descubrirlo. Cuando estaban en Rosings y siempre que Adrien venía a su casa, Alya le observaba atentamente, pero no sacaba nada en limpio. Verdad es que miraba mucho a su amiga, pero la expresión de tales miradas era equívoca. Era un modo de mirar fijo y profundo, pero Alya dudaba a veces de que fuese entusiasta, y en ocasiones parecía sencillamente que estaba distraído.

Dos o tres veces le dijo a Marinette que tal vez estaba enamorado de ella, pero Marinette se echaba a reír, y la señora Lahiffe creyó más prudente no insistir en ello para evitar el peligro de engendrar esperanzas imposibles, pues no dudaba que toda la manía que Marinette le tenía a Adrien se disiparía con la creencia de que él la quería.

En los buenos y afectuosos proyectos que Alya formaba con respecto a Marinette, entraba a veces el casarla con el coronel Le Chien Kim. Era, sin comparación, el más agradable de todos. Sentía verdadera admiración por Marinette y su posición era estupenda. Pero Adrien tenía un considerable patronato en la Iglesia, y su primo no tenía ninguno.

Continuará...

********
Lo dejó y me voooooy~ :3

Besitos de murciélago para todos~

Pride & Prejudice  (Adrinette)Where stories live. Discover now