Lujuria

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No permitas que tu corazón se lujurie en su belleza ni dejes que su mirada te cautive, ni seas cautivado por sus párpados. El precio de una ramera es una hogaza de pan, pero la adúltera está cazando un alma preciosa.

¿Puede un hombre llevar fuego dentro de su ropa, sin quemarlas? ¿Puede un hombre caminar descalzo sobre carbones encendidos sin abrasarse los pies?

Proverbios 6:25-28

He pecado. Les he mentido. En el Génesis les he narrado como Dios ha creado al hombre y a la mujer, Adán y Eva, con el fin de poblar la fértil tierra que se les otorgó, pero les he ocultado un parte de la historia; Pero tranquilos, que hoy se las desvelaré.

En los archivos más antiguos y en los lugares más recónditos se encuentra un fragmento de la historia más insana y provocativa que pudo ser escrita. Déjenme que les advierta que una vez lleguen al punto final de este relato, todo en ustedes cobrará otro sentido.

De arcilla fue creado Adán, y del mismo charco una criatura que pondría a temblar a quien se atreviese a verla, tocarla o escucharla; Su voz melodiosa provocaría escalofríos y pondría la piel de gallina, sus oscuros ojos parecían ser rastros de cenizas provocadas por un incesante incendio y su silueta, al día de hoy, es considerada un estándar de perfección inalcanzable.

Adán había sido creado a la imagen y semejanza de Dios, pero ella superaba cualquier parámetro impuesto. A diferencia de Eva, ella no dejaba rastro de feminidad y pureza al caminar, sino que todo ser desprendía fragancias embriagadoras cargadas de indecorosos deseos.

Las finas hebras de su oscuro cabello acompañaban a sus pronunciadas curvas en un danzar hipnótico, haciendo que la combinación entre ambos generara una imagen casi tan sucia como celestial. Dios temía de ella, de su actitud desprolija y su belleza enceguecedora, pero aun así confiaba en Adán.

Esta mujer rondaba los infinitos caminos del paraíso en búsqueda de algo que rompiese con su aburrida vida. Disfrutaba de la naturaleza y contemplaba el melodioso sonido del agua del río chocando contra las enormes piedras que habitaban en él, pero seguía sin sentir que pertenecía allí.

Poco se sabe de su relación con Adán, ya que ella no parecía tener ni un mínimo interés en relacionarse con él. Su personalidad se había conformado de libre albedrío e independencia, dejando atrás cualquier atadura que Dios hubiese planeado para ella y Adán.

Era preciosa, inteligencia, inquieta, libre y rebelde. Se cuenta que un día, mientras observaba el agua cristalina sentada sobre una roca, un soplo de aire acarició su desnudez.

La electricidad producida por el escalofrío le causó una inexplorada llamarada de sensaciones, que terminaron por encender una pequeña llama en la parte baja de su abdomen. Sorprendida pero curiosa ante las nuevas reacciones de su cuerpo decidió conocer más.

Lentamente pasó la yema de sus finos dedos por sus piernas, pero no sintió nada fuera de lo común; Continuó subiendo hasta rozar sus muslos y sin darse cuenta, soltó un suspiro ahogado que extrañamente le agradó. Sus piernas se abrieron de par en par y su cuerpo se reclinó sobre la roca, dejando su desnudez expuesta a quien pudiese ser digno de verla. Sus dedos no pararon el recorrido y dieron con el punto más débil de su cuerpo, su sexo. Este se encontraba húmedo, hinchado y caliente, contrastando con cualquier otra área de su cuerpo.

Ella siguió moviendo sus dedos de forma errática y placentera, sin poder controlar la intensidad de estos. Su respiración se tornó pesada y el aire de su alrededor se congeló, al igual que los sonidos que producía la naturaleza o los animales que habitaban la zona. Poco a poco el ritmo se hizo más certero y sus suspiros se convirtieron en los primero gemidos jamás oídos, creyéndose que estos eran tan sensuales y melodiosos que podrían hacer que cualquier persona se excite ante ellos.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora