Ira

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Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.

Mateo 5:22

A diferencia de cualquier otro pecado presentado, o por presentar, la Ira no nace. La Ira se crea.

La Ira se forja.

Hasta el mismísimo Dios no puede escapar de ella. La Ira de Dios. Hasta suena leve. Sin embargo, no es así. La Ira es ese sentimiento de odio, enojo e impotencia que te consume de dentro hacia fuera, creando una bomba de tiempo.

Se cree que en un día de aquellos donde La Soberbia y La Lujuria discutían por el poder y mandato del Reino Infernal, la discusión se tornó más acalorada que las mismísimas llamas que los rodeaban, y tan intensa que un humano podría escuchar los gritos desde el plano terrenal.

Pero esta discusión no fue como las anteriores; Esas donde comenzaban lanzándose todo lo que sus manos podían cazar y acababan teniendo sexo cargado de enojo y orgullo. Esta discusión marcó un antes y un después.

La Lujuria sugería reclutar más gente, pues era propio de ella querer más y más. Necesitaba sentirse venerada y deseada. La Soberbia se negó, las cosas comenzaban a salirse de control y los humanos eran vampiros sedientos del pecado y el mal. Solo existían ellos dos, Gula, y Avaricia, y no eran suficientes manos para contener a las almas impuras que habitaban el Inframundo.

Desde fuera del cuarto, donde La Lujuria y La Soberbia solían tener sexo, descansar y tramar sus próximas jugadas, podían oírse los feroces gritos de Lujuria y la larga lista de insultos que soltaba la Soberbia. A ninguno le gustaba perder, mucho menos ceder ante el otro. Pues, se murmuraba que las peleas constantes entre ambos eran una excusa para acabar discutiendo sobre poder.

El poder.

>>Soy el jodido rey de aquí, y lo sabes.<< Bramó Soberbia, con las venas del cuello hinchadas y su clásico tono de voz profundo; Ese que ponía a temblar a cualquiera que se atreviese a desobedecerle.

Por otro lado, Lujuria solo lo observó. Posó su mirada desde la punta de los dedos de sus pies hasta la coronilla, en una ojeada cargada de desprecio y altura. Dio un paso al frente, obligándose a alzar la vista para cazar los desorbitados ojos de Soberbia y antes de hablar pasó su rosada lengua por sus dientes inferiores, tal y como hace un cazador al ver a su presa desprotegida.

>>Y yo soy tu reina pero también la de todo aquel que pise el Inframundo, y si no tienes los cojones suficientes para aceptar eso, otro más lo hará.<<

Fueron las palabras que siseó como víbora, cargadas de veneno. No tuvo que alzar la voz, ni utilizar la fuerza bruta, Lujuria sabía que tenía más poder sobre Soberbia que él sobre el reino. Luego, se volteó, golpeo con su larga cabellera oscura el rostro petrificado de Soberbia y salió del cuarto, moviendo las caderas y con la certeza de que la mirada del rey estaba clavada en su trasero.

Lujuria se adjudicó la victoria, pero no le bastó. Necesitaba demostrar que ella no era solo palabras; Que ella no era con quien debían jugar. Tomó un largo paseo, uno que duró horas. A simple vista, lucía como una caminata de relajación, una donde se busca la paz tras la guerra, pero no era así.

Su mirada felina recorrió cada centímetro del Infierno tratando de dar con algo que desconocía. Contempló hombres y mujeres, de todo color, altura y tamaño. Pecadores de toda etnia, religión y cultura yacía allí, disfrutando de las maravillas que solo un lugar como el Templo de las Almas impuras puede ofrecerte. Pero nada llamaba su atención.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora