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Edén.

Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Lucas 23:43

ºº

- Buenos días. – Saludo a la mujer tras el escritorio frente a la oficina de Caín. - ¿Podría anunciarme con el almirante, por favor?

La rubia, quien hojea papeleo de mala manera y masca ruidosamente algo dentro de su boca color carmesí, alza la mirada en dirección a mí. No intenta disimular el hartazgo y disgusto en su expresión y eso hace que frunza el ceño levemente. Quiera o no, es su trabajo y yo una superior. Mueve sus largos y finos dedos al teclado de una computadora que tiene a la izquierda y teclea lento pero de forma ruidosa.

- El señor Hale no tiene citas programadas para esta hora. – Su voz es fina y chillona.

- Es porque no programé una cita.

La muchacha, la cual parece llamarse Abigail por lo que indica su placa, vuelve su mirada a mi pero de manera burlona. Contengo mis ganas de exigirle que deje de ser una perra y haga bien su trabajo.

- Entonces no podrá ver al señor Hale hoy. Lo siento.

Vuelve su mirada al papeleo y yo debo cerrar la boca ante la indignación. Hago un paso y poso mis brazos sobre el mostrador, juntando mis manos y apretándolas al punto de que mis nudillos se tornen blancos.

- Es una urgencia, de no ser así no estaría aquí. – Ruego. – Por favor.

Abigail vuelve a mirarme y noto como trata de no poner sus maquillados ojos en blanco. Tras unos segundos de silencio y tensión, deja caer las hojas contra la madera y toma un teléfono fijo, marca un par de nuevos y lo lleva hasta su oreja.

En lo que Caín contesta, miro su puerta que está a mi izquierda. Tiene las cortinas bajas tal y como las tenía antes de hacerle la mamada y luego, cuando lo encontré desmayado sobre su sofá.

- Disculpe la molestia, almirante, pero hay una soldado que requiere de su presencia urgentemente. – Habla Abigail. La mención de mi como soldado me enerva, y ahora si no evito mirarla de mala forma. El color de mi uniforme es un distintivo obvio sobre mi puesto dentro de la central y estoy segura de que ella lo sabe.

No logro escuchar que dice Caín tras el teléfono pero por los gestos que hace su secretaria, sé que no es nada bueno. Para mí.

- Es la soldado... - Abigail mueve su mano izquierda en un gesto que pide terminar la oración.

- Sánchez.

- Sánchez. – Repite para Caín. Se mantiene en silencio alrededor de un minuto hasta que su cansancio es reemplazado por una sonrisa socarrona que decora su joven rostro. Cuelga la llamada y junta sus manos sobre el escritorio, al igual que yo. – El señor Hale no quiere verla.

- ¿Qué?

No puede estar hablando en serio. Abigail golpea su frente con dos dedos de manera burlona y chasquea la lengua, como si hubiese cometido un error.

- Lo siento, quise decir que el señor Hale está muy ocupado. – Mira recelosa sus largas uñas. – Vuelva cuando tenga una cita, soldado.

La manera en que saborea mi derrota y se dirige a mí de forma despectiva es la gota que colma el vaso. Me inclino sobre el escritorio, posando casi todo mi busto sobre este y acercándome lo más que puedo, logrando que Abigail borre su sonrisa y abra sus ojos de par en par.

- Amber, ¿no? – Abre la boca para contradecirme pero no la dejo emitir palabra. – Tengo dos cosas para decirle. – Alzo dos dedos, el índice y corazón. – La primera, su trabajo es simple. Contesta llamadas y programa citas para su jefe, por lo que espero, y no sea mucho pedir, que comience a hacerlo bien. No querrá recibir una queja de un superior por malos tratos y confundirse de manera regular, ¿o sí?

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora