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Edén.

Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes.

ºº

- Debo admitir que volver al club donde has ingresado una vez de forma deshonesta, apuntándoles a seis de mis mejores hombres y vestida de poli es tener cojones, pero también algo muy estúpido. – Abel camina hacia una pequeña mesa repleta de botellas caras de licor. – Hasta para una gatita sudaca como tú.

Estoy sentada en un aterciopelado sillón rojo dentro de su oficina. Intento no lucir tensa ni alerta pero no puedo evitar sentirme de ese modo cuando estoy encerrada entre cuatro paredes con un criminal de este rango. Su despacho es la clásica guarida de macho alfa con la que los hombres desean y los mafiosos se regodean; Decoraciones eróticas, juguetes sexuales, alcohol que no cualquiera puede costear, oro y piedras preciosas incrustadas por doquier. Todo exclama ostentosidad y dinero sucio.

- Lamento ser yo quien rompa su fantasía pero no soy una gatita sudaca; Soy la capitana...

- Sánchez. Líder de una tropa en la S.W.A.T, colombiana, 27 años y recién transferida. – No oculto mi expresión de sorpresa cuando Abel menciona cada detalle de mi vida. Este se voltea a verme con una sonrisa de oreja a oreja, luego toma un trago de su bebida y me señala con el vaso de cristal. - ¿Gusta un poco, capitana?

Pongo los ojos en blanco ante el sarcasmo y burla en su forma de llamarme.

- ¿Creías que iba a ignorar las voces y alarmas que se encendieron en mi cuando te vi anoche, fuera de mi club, con esa mirada desafiante pero temblando del miedo? – Niega y vuelve a beber. – Yo lo sé todo.

- Entonces debes saber por qué he venido.

- Por un trago, no.

Deja el vaso sobre la mesa y camina hasta su silla, frente a mí y al escritorio, sentándose con las manos cruzadas sobre este.

- ¿Qué puede querer la perfecta capitana de un simple dueño de un club nocturno? – Finge pensar.

- ¿Club nocturno? Yo no lo llamaría así. – Me deslizo en mi asiento hasta el borde, poniendo mis brazos sobre mis piernas. – Más bien una tapadera para una larga lista de movimientos ilegales.

Abel suelta una carcajada haciendo que sus oscuros ojos se achinen y su rostro presente líneas de expresión. Aprecio su diente brillante y cada detalle de su rostro, pero no hay forma de que logre identificar donde lo he visto antes.

- Si te refieres a una orden de cateo, debo ver la solicitud firmada por su almirante.

La mención de Caín me estremece. Si supiese a donde me he metido sin permiso, sola y con una sola pistola, primero me daría el regaño del siglo y luego me transferiría a una central al otro lado del océano.

- Solo quiero información. – Abel posa sus codos sobre los apoyas brazos y junta sus manos, a la par que se mece de lado a lado con su silla. Se ve sombrío e intimidante.

- ¿Sobre?

- Lo que ponen en la bebida.

Su silencio indica que he dado en el clavo. Probablemente los adulteren sin que los clientes sepan y el hecho de que lo mencione como si supiese todo el trasfondo lo ha tomado de sorpresa.

- La gatita no tarda en mostrar las garras. – Hace un sonido imitando al maullido de un gato.

- ¿No piensas negarlo?

Abel no responde a mi pregunta, más bien se desliza con su silla hacia un costado y lleva sus manos bajo el escritorio. El pulso se me acelera pensando en las infinitas posibilidades de lo que pueda ocurrir, por lo que lentamente llevo mi mano a mi espalda y comienzo a tantear mi pistola.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora