Crucifixión (42)

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Edén.

"Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos"

°°

Mis ojos no pueden evitar desviarse en dirección a la mano de Jacobo, la cual estira para bajar el volumen de la radio hasta que se convierte en una melodía casi imperceptible; Sin embargo, lo que capta mi atención es la piel corrugada y con diferente textura en su mano, como si se la hubiese quemado hace tiempo y ya superase la etapa de cicatrización. Corro la vista rápidamente, posándola en la transitada calle.

Repito mentalmente los sucesos de la ultima hora, intentando convencerme de que esto no es una mala pasada de mi cabeza. Tras mi descubrimiento dentro del área privada en el VIP choqué con Jacobo, quien me sostuvo antes de caer. Ni bien mi cuerpo reaccionó a la idea de ser sostenida por un hombre desconocido, e intimidante, traté de continuar mi camino hacia la salida; Pero, como era de esperarse, fracasé. El alcohol y los sentimientos me debilitaron y volví a tambalear, y nuevamente Jacobo fue quien evitó mi caída.

- Quizás debas dejar los zapatos con tacón, - Habla pegado a mi espalda, sosteniéndome. – o el alcohol.

- No, no. Tengo que irme.

- Y yo voy a llevarte a tu casa, niña.

- No, no lo harás. – Logro girar sobre mi eje y enfrentarlo. Sus ojos escanean mi rostro y sus manos dan un leve apretón sobre mis brazos.

- No estaba preguntándote.

Sí, montarme en un coche con un desconocido es una muy mala idea pero no tenía a quien recurrir. Grace y Tiago estaban succionándose hasta el alma en la pista y Caín, bueno, Caín también estaba ocupado. El momento no tuve en cuenta la existencia de Rocky y Lorenzo, y mi instinto me impidió irme caminado sola.

Luego, todo ocurrió demasiado rápido. Tomé mi bolso y bajamos del VIP, con Jacobo guiándome a la salida. Cada cierta distancia volteaba su rostro sobre su hombro para confirmar que seguía detrás de él y no en el suelo. La gente bailaba, bebía y disfrutaba, haciendo que mi trayecto hasta la salida fuese un infierno. Tuve que tragarme las lágrimas y alzar la frente, pues esa no era yo. Caín no me debía nada, como yo no le debo nada a él, pero si dolió lo que vi.

Cuando el aire fresco dio con mi cara, pude volver a respirar. El aire llenó mis pulmones y me detuve un segundo a disfrutar de un ambiente no denso como el club. Jacobo se volteó a verme y, bajo la luz de la luna, pude divisar mejor sus facciones.

Es alto, demasiado. Su porte no es el de un hombre que se la pasa dentro del gimnasio, sino más delgado. A simple vista, luce como un banquero o político, esos que salen en la televisión de traje y pieles pálidas en las campañas electorales. Sus ojos y cicatriz son el centro de atención de su imagen, no por lo extraño, sino porque la rudeza que le aportan y el poderío que destila genera escalofríos. El color de sus ojos es similar al de la miel más fresca e intensa, y brillan cual lobo en la oscuridad de la noche. La cicatriz es un tono más clara que su color de piel y se contrae cuando frunce el ceño, encendiendo un cigarro.

La mandíbula, perfectamente afeitada, se le tensa al dar dos caladas y el humo sale expulsado por su nariz. Viste camisa y pantalón negro, sin corbata ni saco. Su cabello castaño está peinado hacia atrás pero dos mechones rebeldes, de ambos lados, caen al frente, otorgándole un aire más juvenil a su seriedad.

Abro la boca, sin saber muy bien qué decir, pero soy interrumpida por la voz de dos hombres. Volteo mi rostro en dirección a quienes vociferan mi nombre, dando con dos soldados de Caín. Watson y Wash, recuerdo sus apellidos.

Arder | Versión en españolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora