Capítulo 4 (Editado)

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Mi escapada no termina muy lejos

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Mi escapada no termina muy lejos. O voy al monte (lugar al que no quiero ir ni remotamente) o al centro del pueblo, en dónde todos los adolescentes se reúnen en un pequeño pub cuyo nombre no distingo bajo el descolorido letrero. Puede que sea tímido o un asocial, pero el hecho de entrar yo solo en un sitio lleno de gente de mi edad, y admitámoslo, la gente de mi edad es ligeramente imbécil, no me hace demasiada ilusión. Deambulo por el pueblo asándome como un pollo a la brasa.

Termino tomándome un helado de chocolate sentado en uno de los bancos que el gobernador ha dispuesto amablemente en las aceras para que los ancianos o adolescentes vagos como yo se tomen un respiro.

La brisa veraniega calienta mis mejillas y revuelve pelo, algo más largo que cuando llegué aquí. Ahora me cubre un poco la frente, rubio trigueño como el de mi padre y disparatado como el de mi madre. Paso una de las manos para peinarlo, sin éxito.

Me siento completamente solo. Es una sensación desagradable, como si te aprisionasen dentro de un cubo de cristal que se va llenando lentamente de agua que amenaza con asfixiarte. Me gustaría poder hacer amigos con facilidad, sonreír y que todo esté resuelto, sin embargo la vida no es tan sencilla, si quieres algo bueno debes luchar por ello.

Algo ensombrece el día y alzo la vista para encontrarme con Alain, el cual me observa con las manos metidas en los bolsillos.

—Qué —espeto metiéndome todo el barquillo del helado en la boca y masticando ruidosamente—. ¿Vienes a decirme que parezco gilipollas o solo a mirarme con cara de indiferencia?

—Tu abuela me ha dicho que te dé esto, te lo has dejado en casa —me tira mi móvil a la cara, haciéndome daño—. No tendría por qué ser el recadero de nadie, Leo.

Trago la comida y lo ignoro, molesto. Tanto conmigo mismo como con él. Nunca pensé que el que fue mi mejor amigo pudiese ser tan mezquino. A veces me dan ganas de cogerle por el cuello y...

— ¿Y? —Pregunta él.

—Mierda, ¿lo estaba diciendo en alto? —tengo que quitarme esa estúpida manía de ser tan transparente como el agua. Alain enarca una ceja mientras se sienta a mi lado, completamente tranquilo—. ¿Qué haces?

—Sentarme.

—Eso ya lo veo, pero sobran bancos —señalo hacia el siguiente asiento, unos metros más allá. Él se limita a colocar el brazo detrás del respaldo de forma sensual, poniéndome nervioso—. Intentas molestarme —entrecierro los ojos con sospecha—. Eres un puto mezquino idiota que tiene los oídos taponados por su propio ego.

Alain suelta un suspiro que no logro entender. ¿Resignación? ¿Molestia?

— ¿Realmente quieres estar solo el día de tu cumpleaños?

Cierro la boca de golpe, como si intentara que una mosca no se colase.

— ¿Hoy es mi cumpleaños? —pregunto mirando la pantalla de mi teléfono como un idiota. La fecha del trece de agosto se marca en números grandes y blancos sobre mi fondo de pantalla de Chopper—. Pues sí.

Él se encoge de hombros.

—Tu abuela quería felicitarte pero te has marchado antes de que pudiese decirte nada—me mira a través de sus ojos azules brillantes, como si realmente fuesen hielo destellando bajo la luz del sol—. Me ha pedido que te haga compañía en este día especial, aunque no me apetece.

Resoplo con fastidio.

—Mira, no tienes por qué estar conmigo si tanto te pica el culo por ello. Puedo estar perfectamente solo. —Me levanto para irme pero su mano me detiene, sujetándome por la muñeca. No puedo descifrar su expresión y en estos momentos cambiaría mi mundo solo por saber que se esconde en su corazón.

—Quédate conmigo, hoy. —Me arrastra hasta volver a sentarme en el banco. Demasiado cerca. Intento calmarme repitiéndome una y otra vez que no es más que un antiguo amigo, nada más lejos.

Nos quedamos en silencio un buen rato mientras su mano sigue sobre mi piel, quemando con su contacto. Finalmente la retira, y veo como aprieta sus dedos para convertirlos en un puño.

—Siento no poder apreciarte como amigo, Leo. Es superior a mí —susurra muy quedamente—. Todo lo que nos ha sucedido hace diez años, puede conmigo. Estoy demasiado marcado para perdonarte. Pero hoy, solo un día, me olvidaré. Como un último regalo.

Sus palabras son como una patada en el estómago. Ni de lejos voy a aceptar una oferta tan denigrante.

—Muchas gracias, pero no quiero ese estúpido regalo. En su lugar preferiría que escuchases lo que tengo que decirte.

—No.

Ahora si quiero pegarle. Fuerte. Soy más pequeño pero creo que me las arreglaré para propinarle un buen puñetazo.

—Pues ahí te quedas. —Me incorporo con agilidad para que no me atrape. Echo a andar sin dar media vuelta.

Mi cumpleaños no podía ir mejor.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now