Capítulo 21 (Editado)

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Después de que me adecente, comemos chocolatinas y hablamos de temas banales hasta que el reloj de mi mesilla marca las dos de la madrugada

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Después de que me adecente, comemos chocolatinas y hablamos de temas banales hasta que el reloj de mi mesilla marca las dos de la madrugada. Me alzo para ir a dormir al cuarto que antes solían utilizar mis padres pero la suave mano de Áurea me para.

—Quédate aquí —ruega poniéndose sobre la cama de rodillas. Lleva puesto un chándal mío y una camiseta vieja.

—Si mi padre vuelve y sabe que he dormido con una chica en mi cama sin que lo avise, creo que le va a dar un infarto —me suelto con una sonrisa y le pellizco las mejillas—. Además de que mañana se supone que tenemos que ir a clase.

—Realmente he tenido un mal día —dice ella sin soltar mi mano—. Y a partir de ahora las cosas se van a poner difíciles para mí.

Me vuelvo a sentar a su lado. Es la primera vez que Áurea me cuenta un problema y la verdad es que me hace sentir un poco especial, como si de esta manera estuviéramos más unidos.

—Sabes que puedes contarme lo que quieras —invito a que continúe.

Ella lanza un largo suspiro y frota mi mano con el dedo pulgar. Ese gesto me hace sentir reconfortado y siento que ya no me duele tanto.

—Dentro de poco vendrá una persona que no me cae bien a vivir conmigo para vigilarme —enarco las cejas intentando comprender la situación—. No me he estado portando precisamente bien y mis padres han decidido que lo mejor es que venga él.

—¿Quién?

En mi mente había imaginado una niñera o una especie de ama de llaves. Igual es un mayordomo.

—Supongo que ya lo conocerás cuando llegue —niega con la cabeza una y otra vez y termina por soltar su mano—. Pero quiero que sepas que no voy a permitir que me impida estar a tu lado —me quedo mudo sin saber qué responder—. Ahora mejor vamos a dormir.

Hace un gesto divertido arrugando su respingona nariz y me despido. El pasillo está helado por lo que me apresuro a ir a la habitación de mis padres.

He perdido el móvil en el bosque y con esta lluvia lo tendré que dar por muerto. Entre las ruedas y tener que comprarme un nuevo teléfono ya puedo olvidarme de los videojuegos que pretendía comprar por navidades. Problemas del primer mundo.

Me cuelo en la enorme cama. Por suerte mi abuela tiene la manía de preparar las habitaciones semanalmente, dejándolas siempre listas en caso de que alguien quiera usarlas. Las mantas son ásperas al contacto con mi piel y el trasero me duele al meterme. Me pongo de lado, con la mente extenuada.

Duermo y sueño.

Con Lira.

La imagen aparece desenfocada y apenas puedo discernir los rasgos dulces que la conforman. Sé que me sonríe alegremente con las manos llenas de brillantes piedras pulidas sacadas del arroyo. Destellan, cegándome por unos instantes.

—Lira —hablo, aunque no abro la boca. La imagen del bosque se forma a nuestro alrededor y veo que la primavera lo llena todo con su verdor. Pequeños pétalos blancos de manzano revolotean hasta posarse sobre su castaña cabeza—. Perdóname.

La imagen cambia. Ella tiene mi edad y su cabello parece flotar; la nariz pequeña y redonda, los ojos verdosos suaves rodeados de unas largas pestañas. Sus manos diminutas siguen portando las piedras. Se aproxima sin hacer sonido con sus pies descalzos y el marrón oscuro se arremolina en sus delgadas piernas.

— ¿Leo? —su voz de ángel parece lejana—. Estás tan grande... Y guapo.

Suelta las piedras lanzándose contra mí pecho. El contacto me llena de calidez.

—No pidas perdón, Leo —dice entreabriendo apenas los labios—. No estoy sola en la oscuridad, yo siempre...

Se desvanece en mis brazos, volviéndose cada vez más translucida.

—Dile a Alain que todo está bien —no puedo ver su cara cuando añade las últimas palabras—. Siempre os querré, a los dos.

Intento abrazarla pero mis brazos sujetan la nada.

Despierto de golpe, gritando su nombre. Mi padre entra apresurado en la habitación con una taza de lo que supongo que es café en las manos, la cual apoya en el primer lado que encuentra.

—Tranquilo, campeón, calma —los padres y sus clichés a la hora de llamar a los hijos—. ¿Un mal sueño?

Se sienta, expectante. Supongo que espera que le confirme si se trata de una recaída. Niego fervientemente.

—Esta vez sonreía —expongo, sabedor de que entenderá lo que digo. Aunque la verdad es que este sueño ha sido extraño, hasta el momento ella siempre era pequeña.

—Eso es bueno, estás empezando a superarlo —vuelve a alcanzar su taza y bebe un par de tragos—. Acabo de ver a tu amiga en el pasillo, menudo susto. La próxima vez avísame de que vas a traer a alguien a casa.

Me mira durante largo rato sin decir nada. La presencia de mi padre hace que me sienta incómodo por muchas razones.

— ¿Vas a ir a clase? —pregunta—. La abuela se encuentra mejor, la han subido a planta. Yo voy a dormir un rato, estoy agotado. Si vas a clase trae algo de comer del supermercado.

Salgo de la cama para que él pueda acostarse.

—Claro, traeré también flores silvestres, que le encantan a la abuela.

Me muevo y cierro la puerta después de despedirme. Al bajar a la cocina para desayunar, Áurea está comiendo huevos fritos con salchichas. Se me revuelve el estómago.

—A tu padre lo he matado del susto —se ríe, meneando sus ondulaciones rubias. Parece que vuelve a ser ella misma—. Pilla algo de comer, vamos un poco tarde. ¿Seguro que quieres ir al instituto hoy?

Esa pregunta suena extraña. Temerosa.

—¿Y por qué no? —contesto, cogiendo una de sus salchichas con la mano la como y chupo mis dedos después. Ella alza las cejas con las mejillas coloradas—. ¿Qué pasa?

—Eso ha sido erótico —masculla, haciéndome reír.

—Me voy a vestir —palpo el labio y compruebo que está mucho menos hinchado que el día anterior—. El día en el que sea sexy, los cerdos volaran.

Ya en las escaleras, la voz de Áurea me llega:

—Pues hoy de seguro verás a uno volar.

Niego con la cabeza, divertido, y busco las cosas que he de llevar a clase.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now