Capítulo 14, Alain (Editado)

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Tropiezo con mi madre provocando que me golpee la espalda contra la puerta delantera de mi casa

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Tropiezo con mi madre provocando que me golpee la espalda contra la puerta delantera de mi casa. Se supone que yo tendría que haber llegado ya al instituto y también que ella estaría en estos momentos trabajando.

—¡Mamá! —me percato de la presencia de Lira a su lado, está de pie con las manos retorciendo el vestido de invierno azul marino que lleva—. ¿Qué pasa? ¿Le han dado el alta?

—Entra —la seriedad en Clara Ream significa graves problemas. Me muevo fugazmente para dejarlas pasar hacia el salón inusualmente sombrío. Apenas se filtran los rayos del sol de enero por entre las finas cortinas—. Lira, cariño, ¿recuerdas donde estaba la habitación de Al? Puedes descansar allí.

Lira deja de observarlo todo con ojos bien abiertos y asiente. Sube las escaleras con calma y parsimonia. Mi madre suspira aliviada en cuanto escuchamos la puerta de mi cuarto abrirse.

—Alain, el hombre que os hizo esto se ha escapado de la custodia policial —mi primer instinto es correr hacia Leo y advertirle de la situación. Aprieto los puños hasta clavar las uñas en mi piel. Leo no recuerda el incidente—. Hablaré con Zay, le diré que mantenga a Leo en casa. Mientras tanto, bajo ningún concepto te quiero fuera, ¿has entendido? Te quedarás aquí con Lira.

Oscilo sobre mis pies un instante.

—¿Qué hay del instituto y el trabajo?

—Te excusaré —me abraza pillándome por sorpresa—. Prométeme que vas a quedarte en casa.

Le digo que sí. Ser atacado por un psicópata tampoco es algo que esté en mi lista de cosas por hacer ahora mismo. Mientras Leo y Lira estén a salvo estaré calmado.

Sale a toda velocidad de casa, con un revuelo de perfume de arándanos y ropa holgada.

Subo hasta mi cuarto y veo que Lira está sentada en la cama con las brillantes piedras esparcidas sobre la manta.

—Las guardaste todas —susurra, con una sonrisa bailando en sus labios. Es bonita cuando muestra esa expresión—. Tu casa sigue igual, quizá un poquito más vieja.

Me recuesto a su lado y ella baja la cabeza, escondiendo sus facciones.

—¿Sabes? Me he perdido un montón de cosas —habla con voz dulzona. Tomo una piedrecilla entre mis manos haciéndola girar sin ser capaz de decirle nada—. Me habéis dejado atrás. Os habéis hecho mayores.

—Yo no diría tanto, Lira. —Estaba claro que tendría esa clase de pensamientos, después de todo, diez años han sido borrados de su vida. Es como si el destino se riese de ella.

—Quiero ser mayor, lo intento, y no soy capaz. No entiendo algunos chistes que cuenta Leo y tampoco quiere jugar conmigo como antes —muerde sus labios con demasiada fuerza—. Si papá no me quiere, si mis amigos son demasiado grandes, ¿quién me va a querer?

Un mutismo nos invade tras eso. Cada uno inmerso en sus propios pensamientos.

—Necesito ver a Leo —murmura.

Su nombre provoca un suave calor en mi vientre.

—Mi madre ha dicho que no salgamos —la veo abrir la ventana dispuesta a no escucharme—. Lira.

—Sigue viviendo al lado, ¿no? —se encarama y me levanto de golpe para sujetarla—. ¡Leo! ¡Soy Lira, ven!

—Déjalo estar —mascullo con enfado.

Leo asoma su cabeza, en ese momento me recuerda a un pequeño erizo ya que mueve su nariz de una forma graciosa.

—¿Qué haces ahí, Lira? —Lira lo arrastra hasta mi cuarto sin que pueda evitarlo. Estoy tan incómodo que bien podría tener algo clavado en mi espalda; se me sube la bilis a la garganta al verlo abrazando a Lira—. Tranquila, ¿qué pasa?

Lira se alza para rodear el cuello de Leo con sus brazos. La he protegido toda mi vida, pero ahora mismo estoy deseando que desaparezca. Soy lo más rastrero que te puedas encontrar. Retraigo mis celos para que no estallen y acaben por hacer daño a alguien.

—Te quiero Leo —Le da un tonto beso en la mejilla. ¿Por qué es tan fácil para ella decir esas palabras? Siento que mi vida es una cuesta arriba sin final a la vista—. Ahora que somos grandes, ¿puedo quererte?

Leo cruza su mirada con la mía, bajo la vista al suelo completamente avergonzado.

—Claro, Lira, puedes quererme tanto como a Alain —ella sonríe apoyando su cabeza en el pecho de Leo. Yo también quiero poder escuchar los latidos de su corazón—. Tengo que estar en casa, mi padre me ha dicho que no debo salir así que ya hablaremos a través de la ventana o desde el ordenador —Busca mi mirada, atravesándome con sus ojos miel como si quisiese decir algo más con esas palabras.

—No tengo ninguna de tus direcciones para poder hablar contigo por internet o por móvil —admito sintiéndome como un estúpido. Podría habérselas pedido en muchas ocasiones pero mi tozudez ganó la batalla—. Si quieres te doy mi número.

Toma un bolígrafo, separándose afortunadamente de Lira, para escribir en mi brazo con un cosquilleo.

Un golpe sordo en la planta baja nos deja paralizados.

Tuerzo la mirada solo para comprobar si el gato está en la habitación, lo localizo durmiendo encima de la ropa que tengo acumulada en el suelo.

Con tres zancadas largas cierro la puerta con pestillo.

Mis pensamientos vuelan a toda velocidad pero solo hay dos palabras que se repiten sin cesar.

Ha venido.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now