Capítulo 7, Alain (Editado)

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Lira balancea sus pies descalzos sentada al borde del banco trasero

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Lira balancea sus pies descalzos sentada al borde del banco trasero. El viento revuelve su cabello castaño corto. Fue la primera cosa que pidió al despertar: deshacerse del ensortijado pelo que le había crecido año tras año.

Perder diez años de tu vida; irte a dormir una noche y no despertar en un largo periodo de tiempo, ¿cómo de aterrador puede ser?

Me siento a su lado.

—Vas a enfriarte si te quedas aquí hasta tarde —digo cubriendo sus hombros con mi chaqueta. Su mirada sigue siendo la misma que cuando tenía siete años, limpia e inocente.

Me estruja entre sus delgados brazos.

—¿Y tu sonrisa? —hago un gesto para restarle importancia e intento sonreír, pero ella me mira suspicaz—. ¿Ha sido porque has visto a Leo? Yo tengo ganas de llorar cuando lo miro porque está herido. ¿Por qué no te recuerda?

Mi sonrisa cae de golpe. Lira no es capaz de entender el mundo tal y como lo vemos nosotros, pero a veces me gustaría que tuviese una edad mental acorde con su cuerpo.

—Bueno, es Leo. Siempre es el primero a la hora de ponerse bien. También ha sido siempre el que prepara las mejores batallas de piratas —diversos recuerdos se cruzan por mi mente y me siento repentinamente abrumado. Me aparto, Lira pone su carita redonda en una posición en la que pueda ver claramente su expresión decidida—. Si él no se rinde, nosotros tampoco. Es nuestro capitán.

Le doy un toque en la frente con mi dedo anular para apartarla.

—Vamos dentro —la cojo en brazos para depositarla en la silla de ruedas. Todavía no tiene la suficiente fuerza en los músculos como para caminar. Le queda mucha rehabilitación por delante— ¿Qué hay de ti, Lira? ¿Te asusta ver el mundo cambiado?

Sé que ha sido algo cruel esa pregunta. Últimamente tengo problemas para controlar como respondo a la gente. Las palabras de Sebastian Wolf me siguen a dónde quiera que vaya.

Lira sujeta con fuerza su chaqueta y por un momento tengo la impresión de que va a llorar, pero la sonrisa apacible reemplaza cualquier atisbo de tristeza.

—Tú estás a mi lado y por eso no tengo miedo —musita.

En el resto del trayecto hasta su habitación no hablamos nada más. El silencio posa su manto, envolviéndonos, dejando que vaguemos en nuestros respectivos pensamientos.

La ayudo a acostarse antes de que venga la enfermera a hacerle la revisión.

Al verla despierta con sus ojos verdes, que encierran toque de miel derretida, bien abiertos al mundo, sé que todo lo que he hecho ha valido la pena. Todos los días que me he esforzado trabajando, las veces que he tenido que buscar horas extra en otro lugar. Mi madre también ha hecho lo imposible por ella desde que supimos que nadie acudiría en la ayuda de la pequeña que permanecía en coma. Podría decirse que Lira es una pequeña victoria. Un atisbo de esperanza para demostrarme que no todo es oscuridad.

Me despido, ya entrada la noche, con el cuerpo agotado. Todavía recuerdo lo que sucedió por la tarde y me estremezco. Aquel fue mi primer acto egoísta desde que Leo no me recuerda.

El coche está helado. El frío invernal húmedo ha dejado una ligera escarcha en el parabrisas por lo que pongo la calefacción observando cómo se derrite poco a poco el hielo.

"Si quieres que deje de doler tienes que ser egoísta, Ream". No entiendo a qué se refiere exactamente pero esa frase en concreto me persigue.

Sebastian S. Wolf, su personalidad ególatra irradia por doquier y es por eso que me siento molesto. Ha sido capaz de ver en mi interior mejor que cualquiera de los que me rodean, solo ha necesitado un día y medio.

Al fin, el hielo se desintegra y me pongo en marcha deseando llegar a casa para tomar una ducha. Mi móvil vibra en el asiento del copiloto, pero no es más que un mensaje entrante que ignoro hasta llegar a mi garaje.

El gato de la abuela de Leo decididamente se ha vuelto mi mascota y he terminado por comprarle un recipiente de arena, también comida para gatos. Su pelaje es negro azabache con los ojos azul brillante, parecidos a los míos. Por la pequeña pieza de metal que descansa en su pecho sé que se llama Shakespeare, ¿en que estaría pensando la señora Lordvessel a la hora de bautizarle?

Se sube a mi regazo en cuanto salgo de la furgoneta con ligero ronroneo. Desbloqueo el móvil para leer el texto: ¿Cómo podemos hacer que Leo nos recuerde? ¿Y si le das un beso? Y yo le doy otro. Pongo los ojos en blanco preguntándome como pudo Sabrina conseguir mi número de teléfono.

Subiendo los peldaños de la puerta de entrada, otro mensaje hace que el aparato vibre en mis manos. Shakespeare lo olfatea con curiosidad sin moverse de su posición.

¿No me contestas? Está bien, no le daré un beso, pero sí un abrazo. ¿No quieres que te recuerde y decirle de una vez lo mucho que le quieres? De verdad que me sulfura ver cómo te cuesta decir las cosas importantes.

Le respondo: Leo todavía está en el hospital.

No pasan ni diez segundos cuando llega la contestación. Entro en mi casa aterido de frío, con el gato en una posición extraña a la vez que intento manejar el teclado táctil de mi teléfono. Odio estos cacharros.

Cuando salga, demuestra tus sentimientos de una jodida vez. Aquí me tienes de respaldo y de hombro sobre el que llorar si quieres.

Suelto una suerte de risa, la cual asusta a mi hermano pequeño, que me mira con expresión extraña.

Le doy las buenas noches subiendo con el minino las escaleras. Lo dejo sobre la cama, donde ha dormido las últimas cuatro noches.

¿Reconquistar a Leo? Ni siquiera lo he conquistado la primera vez, simplemente nos enamoramos sin más. Lo he tratado tan mal que ni siquiera sé por qué le gusto. O le gustaba. Quizá nunca recupere sus recuerdos.

¿Seré capaz de enamorarlo si lo intento?

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now