Capítulo 2, Leo (Editado)

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Me duele todo el cuerpo.

Intento mover los brazos pero algo los tiene aprisionados. Las tinieblas bailan a mí alrededor; siento como mis parpados tiemblan como si fuera a despertarme de un momento a otro pero tardo más de lo que esperaba.

Un techo blanco me saluda. Hola, techo desconocido, ¿qué tal? Mis ojos arden resecos, casi tanto como mi propia garganta. Emito un sonido, a medias un gruñido, a medias un quejido. Una mujer de cabello caoba teñido, algo entrada en años, captura mi campo visual.

—Leo, mi pequeño —¿Leo? ¿Quién es esta mujer? Tiene enormes bolsas bajo los ojos, se aparta aunque sujeta con fuerza mi mano—. Zay, avisa a los médicos, ha abierto los ojos.

Entonces el techo desconocido era el de un hospital. ¿Qué me ha pasado?

Un canoso médico entra diciendo su nombre y lo olvido al momento. Me quita la vía respiratoria y toso con fuerza.

—¿Cómo te encuentras, Leo? —me fulmina los ojos con una linterna diminuta que lleva metida en el bolsillo de su bata.

—Como una mierda bien aplastada después de un día de lluvia. Apestoso y esparcido —me muevo para horrorizarme con la aguja que tengo metida en el brazo—. ¿Yo soy Leo?

El médico anota algo en su libreta y examina mi cabeza, que está envuelta en un montón de vendas.

Se gira a las dos personas que aguardan en la sala. Un hombre ancho y fornido que intuyo que será Zay y la mujer. El médico les ofrece dejar la estancia para hablar con privacidad.

No me entero de nada. ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he llegado a este estado?

Cierro los ojos tratando de buscar una respuesta pero solo encuentro un enorme dolor de cabeza.

Pasan los minutos y unos dedos suaves rozan mi mejilla. El dulce contacto me hace abrir los ojos solo para tropezar con los otros, grandes y verdes, que me observan con ternura. Su cara ha cambiado pero de alguna manera sé que es mi mejor amiga, a pesar de que no puedo situarla dentro del roto esquema de mi vida.

—Lira —carraspeo. Ella me ofrece una enorme sonrisa y me aprieta la mejilla con un dedo.

—¿Veis cómo hicimos bien en colarnos? —pregunta con tono animado. Colarse es algo muy típico de ella. Su cabello castaño se arremolina sobre su rostro, siento que algo no acaba de encajar del todo. Me percato de que está vistiendo un pijama y sentada en una silla de ruedas. A su lado permanece la chica más hermosa que podría haber visto. Me sonríe tentativa, con sus enormes ojos zafiro relampagueando con una mezcla entre felicidad y ¿culpabilidad? Otra chica rubia, con el cabello algo más oscuro y una nariz aguileña me observa con seriedad—. ¿Qué haces ahí, Al?

Tuerzo mi cuello para poner en mi campo visual al chico que se encuentra cerca de la puerta. Parece enfadado y el color frío de sus ojos no ayuda. El dolor me atraviesa la cabeza al mirarle pero aprieto los párpados para controlarlo.

—Li, ¿qué ha pasado? ¿Quién es toda esta gente? —busco la mano de Lira como quién se aferra a una balsa—. ¿Por qué estoy en el hospital?

Lira toma mi mano y mueve su pulgar en círculos sobre ella. Siempre me consuela de esa manera cuando me hago daño, sin embargo, es como si no lo hubiera hecho en mucho tiempo.

—Tus nuevos amigos. Yo también los acabo de conocer hace poco y no entiendo mucho. Al y los médicos dicen que tengo dieciocho años —intento ver la cara del chico pero el dolor me atraviesa de nuevo—. ¿Te lo crees? Me han crecido las tetas.

Aturdido sonrío ante su comentario. Si Lira tiene dieciocho años yo tengo diecisiete eso es algo que tengo claro sin saber por qué.

—Ya veo —las dos chicas rubias se mueven incómodas y me dirijo a ellas—. Lo siento —me disculpo sin razón, pero parece ser lo más apropiado.

—Al, ¿no te acercas? ¡Si eres su mejor amigo! —me pongo tenso ante la posibilidad de que se acerque y vuelva a dolerme la cabeza—. Seguro que Leo quiere que estés a su lado, como cuando se hizo daño en el pie.

—No, me duele —intervengo antes de que ella diga algo más.

—¿La cabeza? —pregunta Lira y me palpa con cuidado.

—Que se acerque.

El hombre llamado Zay entra en ese instante.

—¿Qué hacéis todos aquí? —pone los brazos en jarras—. No es un buen momento.

Abre la puerta invitándolos a marcharse. Las dos chicas y el chico se mueven hacia la salida.

Aprieto la mano de Lira.

—No me dejes solo, Li. —sollozo como un niño pequeño. ¿En qué momento cumplí diecisiete años? ¿Por qué sé que esto es un hospital o cuanto son dos más dos? Mi vida está en blanco a excepción de imágenes inconexas de Lira en situaciones diversas.

Lira mira al hombre y luego baja la cabeza, sabedora de que ha hecho algo mal.

—¿Se acuerda de ti? —ella asiente—. ¿De alguien más?

Niega con un sonoro suspiro y se vuelve para acariciarme el pelo.

—Tranquilo —besa mi mejilla y me susurra al oído, aunque es evidente que todo el que quiera puede escucharla. Justo como lo haría una niña—. Es tu papá. Tu papá es bueno aunque me da un poco de miedo lo grande que es.

Llevo mi vista hacia él, tiene aspecto de no haber dormido en siglos. Algo se estremece en mi interior sin que nada se aclare.

Sollozo y me vuelvo a disculpar. No consigo concentrarme.

—Tranquilo, campeón —le tiembla la voz al ponerse a mi lado—. No tengas prisa, todo se pondrá en su lugar.

Me calmo, quizá por los fuertes sedantes que una enfermera oportuna inyecta en la intravenosa.

Lo último en lo que pienso antes de dormirme es lamirada helada del muchacho.

El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Where stories live. Discover now